
Tribuna
La globalización puede más que el presidente de EEUU
No es la geografía; ni la raza; ni sus riquezas naturales las que hacen a un país pobre o rico; son sus instituciones

Las teorías económicas son fruto de investigaciones de años, por eso no siempre quienes las conciben tienen la oportunidad de verlas confirmadas por los hechos. Algunas requieren de largos periodos para ser constatadas o de fenómenos concretos, como las recesiones para las tesis keynesianas.
Por eso estos días que vivimos han sido tan especiales para los investigadores económicos, porque nos han permitido comprobar algunas siguiendo a un solo actor quien, aunque sea arrogándose un poder del que carece, está provocando la mayor caída de los valores bursátiles mundiales desde la mayor pandemia en un siglo hace ya cinco años.
Lo primero que han demostrado estos días de destrucción salvaje de valor en todos los mercados es que la globalización ya ha llegado al punto de no retorno. Adam Smith predijo hace ya 300 años lo que ha sucedido al demostrar que eliminar barreras arancelarias permite a cada economía competir y colaborar para especializarse en lo que mejor sabe hacer.
Esa división internacional del trabajo nos ha hecho a todos los humanos más ricos y a cientos de millones. No olvidemos que ha sacado de la pobreza a 1400 millones de chinos. El libre flujo de bienes y servicios permite crecer a un ritmo de un 6% anual a la economía mundial. Y para siempre, porque tras estos días sabemos que la globalización ya no tiene marcha atrás, aunque intente ponérsela el presidente de EE.UU.
En la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras (RACEF) del Instituto de España contamos además con algunos de esos investigadores que ahora en apenas unas horas han visto confirmadas sus teorías de toda una vida.
Nuestro académico el nobel Finn Kydland, junto a Edward Prescott, demostró que la predictibilidad es lo primero que necesita una economía para prosperar. Saber que se cumplirán las reglas dentro de décadas con las que nos comprometimos a invertir nuestro trabajo, esfuerzos, ahorros y carreras en un país no se esfumará por el postureo de algún mandatario. Si los inversores son extranjeros, necesitarán años o décadas, para recuperar y ganar con lo invertido. Trump lo ha vuelto a demostrar al destruir con su impredecibilidad billones de dólares de valor en bolsa.
No es la geografía; ni la raza; ni sus riquezas naturales las que hacen a un país pobre o rico; son sus instituciones. Otro nobel de Economía, Acemoglu, lo resumió así: sólo los países que tienen instituciones fiables que evitan el abuso de poder y la corrupción prosperan. Los hay ricos en petróleo y diamantes o ahora tierras raras, pero se los apropia una elite extractiva (aunque se crea de izquierdas, como la venezolana). La Constitución de EE.UU. dotó a sus ciudadanos de un equilibrio de poderes y contrapoderes que le convirtieron en la democracia próspera que es hoy. Recordemos que esa Carta Magna reserva al Congreso la potestad de decidir su política arancelaria y que el presidente Trump está abusando de sus prerrogativas al usurparla.
Este abuso ha generado ya protestas y una pequeña rebelión de algunos senadores republicanos estos días; pero esta semana el auténtico contrapoder de Trump han sido los mercados.
Y es que los mercados estos días no eran solo Wall Street sino también Main Street, las calles y pueblos de toda América. Los grandes de las finanzas han amenazado estos días a la Casa Blanca y al partido republicano con cortarles los fondos al ver cómo se hundían sus carteras; pero no solo ellos.
Un solo dato explica el enorme malestar que ha generado la gestión arancelaria del presidente estos días: el 62% de los estadounidenses adultos, según Gallup, están en bolsa o con acciones o con sus pensiones y han visto evaporarse el 20% de sus ahorros en apenas unas horas en un sube y baja terrorífico que ha estado a punto de provocar desastres como los de Lehman Brothers en el 2008 hasta desatar una recesión mundial que todos hemos temido durante horas.
Además, muchos de los votantes de Trump, como los obreros de la automoción en Michigan o simplemente quienes tienen una juguetería en cualquier pueblo, como los que hemos visto estos días en las cadenas de televisión americanas, han perdido el sueño una noche y otra pensando que la mayoría de los productos que venden son de fabricación china y sujetos por tanto a aranceles que les arruinarán.
No solo han sido los bonos estadounidenses que caían contra todo pronóstico (se sospechaba que China se estaba deshaciendo de ellos) o las llamadas alarmadas de los más influyentes senadores republicanos a la Casa Blanca o las apariciones de los grandes financieros, como el presidente de JP Morgan, Jamie Dimon, en la televisión anunciando una recesión inminente si no se corregía tanto desafuero.
Ha sido la mayoría de la inmensa y poderosa clase media americana quien se rebelaba en las encuestas que han empezado a enviar señales rojas a la Casa Blanca. Y el presidente ha pestañeado al verlas (su camarilla dice que tenía un plan; pero el único plan era no tenerlo y la mayor sospecha es que algunos se estaban haciendo ricos al ponerse cortos en los mercados con información privilegiada).
El drama seguía ayer en los mercados y en las calles, las tiendas y los mostradores de la inmensa economía americana mientras la bolsa seguía su enloquecido sube y baja con los ahorros de media América; pero lo que no cambiará es que los mercados y la globalización han ganado el pulso al presidente incompetente.
Ana María Gil Lafuente.Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras.
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