El buen salvaje

Grand Place

El propio Cerdán querrá llegar a casa, descalzarse al fin y dormirse con los calcetines puestos. Ese es el olor

Puigdemont está regalando a Santos Cerdán unos días de más en Bruselas para que haga turismo y conozca el ser genuino de un belga, ay, ese chocolate, tan alejado del prototipo del propio Cerdán, que es un español de libro, o la idea de un español de libro, que más que mejillones al estilo del país uno imagina en una buena mariscada de las que no te levantas si no entran dos chupitos que ayuden al trance entre comer y seguir viviendo.

Las guías de turismo nos llevan a la Gran Place donde se encuentra uno de los bares más concurridos de por allí que, casualidades poéticas, se llama Le Roi D’Espagne, y al Manneken Pis, al que de alguna manera imita Puigdemont, el único que puede orinar el terreno de Pedro Sánchez. Sólo el prófugo le resulta incontrolable. Al cabo, ambos personajes, Sánchez y Puigdemont, se parecen. Pura literatura. pocos pueden predecir cómo acaba uno de sus haikus, que puede contradecir al anterior.

Puigdemont alarga el «thriller» mientras a Santos Cerdán, quién se lo iba a decir, se le queda pequeño el «trolley» de ejecutivo en el que metió apenas unas mudas, esos calzoncillos de Cerdán que se acercan a la rodilla, si bien ahora necesita un vestidor completo y algunos argumentos para mantener un relato de mediador que sea creíble. Cerdán iba para extra de una película, ascendió a actor secundario y, de repente, se nos aparece de protagonista en un «spin-off» al estilo de «Better Call Saul», un afluente de «Breaking Bad». Pura metanfetamina.

Mientras tanto, aquí se acelera la acción, la calle empieza a caldearse y los jueces se cosen las togas para que no sea tan sencillo que les salten las costuras. Los magistrados necesitan escudos de superhéroes de Marvel, como el del capitán América. El Estado hace las maletas, lentamente también, mirándose en el espejo de Cerdán. Patalea un poco. Se cansa y a la vez coge impulso. El propio Cerdán querrá llegar a casa, descalzarse al fin y dormirse con los calcetines puestos. Ese es el olor.