Con su permiso

Han venido a llevárselo

Era la maniobra perfecta: provoco caída, vendo y después provoco subida, vuelvo a vender, y gano. Ese era el juego

Dolores tiene un pequeño capitalito invertido en bolsa. Nada, poca cosa, un puñado de acciones de una empresa que se nutre de la salud del mar para crear productos que ayudan a curar a las personas. Suele estar pendiente de los movimientos de la bolsa más por curiosidad que por atenta preocupación, porque tanto si gana como si pierde no va a enriquecerse ni salir de su condición de modesta pensionista. Siempre le ha intrigado la fuerza que mueve eso que llaman mercados bursátiles. Es el universo del miedo, de la reserva, de -como dice su Julián- cogérsela con papel de fumar, y mirar el horizonte interpretando casi siempre las nubes lejanas como aviso de tormenta. Pero también de los poderes ocultos, de los trajes grises, de las decisiones sin rostro. El dinero es conservador, dicen, y se queda en casa ante el menor atisbo de turbulencia pero quienes lo manejan tienen en su poder las manijas que mueven rutinas y esperanzas de la mayoría de eso que llamamos gente común. Gente como Dolores. Los mejor ubicados, los de los pisos superiores, organizan la política y nuestra economía. Dolores se pregunta qué aspecto y qué vida tendrán esos grandes poderosos de la tierra, cómo será la mano que mece la cuna. Algunos son conocidos, la mayoría no. Cuando las fronteras estaban definidas y el comercio universal en manos de unos pocos, había compañías y personas que eran capaces de agitar el mercado con un simple movimiento y ganar dinero mientras arruinaban a la competencia. Provocar escasez o inundar el mercado de materias primas como metales o minerales era una forma de ejercer el poder económico muy rentable para quienes ya lo tenían. Hoy el poder de agitar está en la información. Y el resorte que lo mueve en eso que se llama información privilegiada. Por eso le sorprende que el público en general y los analistas políticos y financieros en particular no le vieran las cartas al trilero de Trump con la jugada de los aranceles de quita y pon. Dolores cree que el emperador naranja de la nueva globalización es un tipo peligroso, pero no por insensato, irresponsable o ignorante, que también, sino por su desvergonzada disposición a utilizar su cargo de presidente para ir llenando el inagotable cántaro de su vanidad mientras hace lo propio con sus cuentas corrientes. Donald Trump demuestra a quien quiere verlo que quiere seguir ganando dinero en la política, y lo hace ante la estupefacción de un mundo global que no había calculado la irrupción en la élite política de un empresario vanidoso hasta la extenuación y carente de todo escrúpulo. Un personaje de esos que hace siglo y medio ejercía su poder y obtenía sus beneficios a costa de manipular los mercados: «acumulemos metal en el puerto para subir precios y cuando interese lo soltamos para que vuelvan a bajar». Hace más de un siglo.

Cuando a principios de esta semana las bolsas empezaron a caer ante la inminencia del levantamiento brusco y sin criterio de las fronteras comerciales con los aranceles, cuando parecía que se desmoronaba la alianza tecnológicopopulista que Trump había urdido a su alrededor, cuando brotaba la primera crisis del trumpismo, Dolores empezó a mosquearse. Tan tontos no pueden ser. Y buscó el gato encerrado. Y lo encontró. Va a pasar algo que hará subir las bolsas de repente. ¿Será capaz de renegar ahora de los aranceles? Era la maniobra perfecta: provoco caída, vendo y después provoco subida, vuelvo a vender, y gano. Ese era el juego. En pocas horas se jactaba el emperador naranja de que el mundo le estaba besando el culo, una forma poco elegante pero gráfica de pavonearse henchido de vanidad, y después invitaba a comprar con las bolsas temblando. ¿Tino, capacidad de anticipación?. No para el que tiene la llave y abre y cierra cuando quiere. Simplemente, un juego macabro que buscaba beneficios propios y de amigos. Trump se hizo una de Milei, pero sin arriesgar porque era él quien decidía el momento de subir y bajar. Todo esto, naturalmente, es una especulación de Dolores, pensionista y pequeña inversora. Pero tiene toda la pinta de ajustarse bastante a la realidad. Lee en un periódico que la congresista republicana por Georgia y aliada de Trump, Marjorie Taylor Greene, reveló que había hecho varias compras los días 3 y 4 de abril incluyendo acciones de Amazon y Apple que subieron hasta un 15 por ciento. Escucha en la radio que las empresas de Trump han ganado un 22 por ciento en ese movimiento de sube y baja provocado por las aparentemente erráticas decisiones del presidente.

Dolores empieza a convivir con la incómoda sensación de que el mundo que viene, enterrados hace décadas los bloques, invalidadas las alianzas que atornillaban el liberalismo imperfecto con que arrancamos el siglo, alumbrando unas relaciones internacionales que normalizan el ardor guerrero y la ley del más fuerte, ese mundo, está quedando en manos de psicópatas pagados de sí mismos cuya ambición de dinero y poder está muy por encima de cualquier otra consideración histórica, ética o estética.

Van a lo que van. Y ahí se van a quedar mientras haya tontos útiles que les aplauden gratis o instituciones y organismos internacionales inútiles que siguen actuando como si esto no fuera en serio.

Dinero
DineroIlustraciónPlatón