Redes

Los haters y la comprensión lectora: un amor no correspondido

Tras años escribiendo para la audiencia más variada el fenómeno “hating” me produce ternura (sobre todo) y curiosidad

Si los haters fueran una tribu, su libro sagrado diría esto: “No necesito leer para saber que no me gusta”.

En el mundo moderno donde todo tiene su tutorial, sí, cómo freír un huevo y cómo besar (lo he visto en YouTube), los haters son esa especie resistente que nunca leyó el manual de instrucciones.

Las redes sociales son su hábitat, la sabana donde pastan libremente y ya apenas nos inquietan los ecos de sus rebuznos, porque lo fascinante no es tanto su capacidad para odiar, sino su rapidez para hacerlo sin entender en absoluto lo que odian, ni lo que están leyendo, ni a sí mismos.

A mí las redes me han dado mucho, y yo a ellas, ¿eh? Para un periodista, o escritor, son un paraíso sembrado de frutas exóticas al alcance de la mano. Serás admirado, amado, deseado, consentido, plagiado… Serás insultado, detestado, linchado, la gente se cansará de ti, como es normal… Por privado recibirás las más elevadas declaraciones de amor y las más inopinadas ofensas porque, pese a todo, son un soporte sincero hasta la impudicia, hasta lo temerario, donde la verdadera fauna no está en los likes, sino en los comentarios indignados, en los que no leen, pero opinan, en los que leen, pero no entienden.

Tras años escribiendo para la audiencia más variada el fenómeno “hating” me produce ternura (sobre todo) y curiosidad. La clave, como diría el Dr. Rubén Correa, fundador de la Escuela de Superaprendizaje, no está en leer rápido, sino en "leer bien”, porque leer es mucho más que deslizar los ojos por las palabras; leer es entender, ¡captar!

El que no entiende: a veces se me olvida que existe esta inmensa multitud, mil perdones, y enloquezco con absurdas y/o literarias peroratas en abstracto, pero sucede que estas personas fuera de la literalidad se desorientan. Tampoco manejan el doble sentido ni mucho menos la risa, por lo que, en lo que dependa de ellos, castigarán cualquier clase de ambigüedad conductual o alteración del orden preestablecido y convencional, incluyendo la sintaxis; pero no tienen la culpa, criaturitas.

Los furibundos de las redes (furibundos en general) me resultan tan interesantes como los viajes a destinos remotos donde conocer individuos de otras culturas. Sinceramente, no conozco el odio. Tampoco lo comprendo del todo. Quizás lo más intrigante de los haters es cómo interpretan —o mejor dicho, no interpretan— lo que leen. En este sentido, me pregunto si alguna vez han oído hablar de la comprensión lectora. ¡Ay, jeiteres y jeiteresas de mis carnes!

Sin embargo, tienen remedio. Rubén Correa, que dirige la Escuela de Superaprendizaje, una plataforma educativa internacional para potenciar la inteligencia verbal, diría: "Leer es solo la mitad de la batalla; comprender, la otra". ¿Cuántos de nuestros queridos haters sufren en silencio (y a veces no tanto) simplemente porque su capacidad para leer más allá de lo literal es primitiva? No hablemos de ironía, del humor, de lirismo. Lo que para muchos es una metáfora, para ellos un insulto. El lenguaje les confunde, la lectura es su laberinto sin salida particular. ¿Hasta qué punto es responsable quien no ha desarrollado determinadas herramientas cognitivas?.

Los haters y sus escasísimas “Soft Skills” son tan apasionados (y apasionantes) en su falta de entendimiento que me veo obligada a recomendarles los cursos del Dr. Correa, ingeniería el conocimiento, (con los que cualquier persona, por muy obstinada que sea, puede entrenar su mente y procesar textos más rápido y mejor), no vayan a pensar que no les presto la debida atención.

Imagino un mundo nuevo donde los malos lectores se aplicaran en un upgrade de inteligencia verbal, debería estar subvencionado por el gobierno, como tantas otras prestaciones; un nuevo amanecer donde los jeiters disfrutarían de los textos frente a ellos y no tendrían que irritarse tanto. O tal vez se indignarían más aún… pero, al menos, sabrían por qué. Si hay algo que alimenta el montruo de la intransigencia y el fanatismo, es la ignorancia.

El fanático, al igual que el jeiter político (la base es la misma) defiende desde la máxima agresividad y la paranoia un asunto de su interés, ya sea la monarquía, la república, el futbol, el ecologismo, el veganismo, el feminismo, a derecha e izquierda… Sin percatarse de que lo que realmente proyectan no son ideas (las ideas nunca agreden) sino su propio desconcierto, de la índole y procedencia que sean. Su mal funcionamiento.

Lo más contradictorio y divertido del planeta hater es que sus habitantes, pésimos lectores, son también los más fieles, aunque no lo sepan, los que verdaderamente nos toman en serio a los que escribimos, gracias. Oh jeiteres y jeiteresas… Sepan que les leería cada noche con melodiosa voz, les arroparía y les besaría en la frente, como a mis hijos.

Tal vez no necesiten ser menos apasionados, solo leer con más atención.