
Con su permiso
El hilo de Ariadna
La política realista que ahora se necesita no es renunciar a los principios para perpetuarse en el poder al precio que sea
Escucha Ariadna a un jornalero de la palabra, como con excesiva modestia se define Fernando Ónega en el solemne acto de su entrada en la Real Academia de Doctores, lamentarse de la agonía del Estado, en ese sentido de lucha y sufrimiento, ante la indefinición de su presente y mucho más su futuro en estos tiempos inciertos. Lo entiende, lo comparte, lo hace un poco suyo en tanto ella vive y padece también el estupor y la indignación por la forma en que los gestores de lo público se embarran sin pudor en intereses partidarios en lugar de atender a su responsabilidad y supuesto compromiso. En nuestro horizonte, dos dioses todopoderosos e intocables, dos salteadores de caminos como lúcidamente se refiere Ónega a Trump y a Putin, ordenan el mundo y se creen como Zeus capaces de desatar todos los males, cuando en realidad están más cerca de una Pandora ignorante que lo hará abriendo un maletín cuyo contenido desconocen. Pero tienen la llave.
Lee Ariadna que un tipo que se autocalifica de biógrafo de Elon Musk, un tal Seth Abramson, asegura que el todopoderoso amiguete de Trump padece una enfermedad mental, consume demasiadas drogas y es víctima de un estrés paralizante. Tendemos a dar verosimilitud a afirmaciones ajenas cuando se ajustan a la realidad tal y como la vemos nosotros, pero descontando esa disposición, tan humana como la de aplaudir lo que nos gusta, Ariadna piensa que eso explicaría muchas de las cosas que hace y dice el personaje. Lo terrorífico de la historia es que tiene poder.
El encontrarnos ante el periodo más peligroso e inseguro para Occidente desde la Segunda Guerra Mundial por obra y gracia del desequilibrio de los desequilibrados, debiera estimular alguna suerte de ambición histórica de responsabilidad en los gestores de la cosa pública, pero si sucede no ofrecen la sensación de saber muy bien qué hacer con ella. En Bruselas, algo se mueve, eso es innegable. Pero aquí en España no parece que el camino elegido tras el teatrillo de los encuentros del jueves sea el mejor posible.
Hay una cosa que se llama «realpolitik», que aquí se ha venido aplicando tan solo en su vertiente de interesado pragmatismo, lejos de la generosa búsqueda de la paz (social, política, laboral, lo que usted quiera) que en realidad es el sentido del término. Histórica y políticamente. La política realista que ahora se necesita no es renunciar a los principios para perpetuarse en el poder al precio que sea, sino saltar sobre la ideología en la búsqueda del bien común, de la paz que permita seguir avanzando. Y no en solitario como ha decidido Sánchez al ver que sus aliados vuelven a negarle socorro por enésima vez.
Estamos en un momento crucial para el planeta en general y Europa en particular, y el gobierno y la oposición son capaces de ahogarse en su cortedad de miras tirando por el sumidero la posibilidad de un acuerdo que muestre un mínimo de responsabilidad y realismo ante lo que tenemos encima. Cierto es que la carga sobre el gobierno es superior, y que su teatral escenificación de contactos de igual a igual entre socios, amigos y adversarios, orillando además al Parlamento, es una indignante exposición pública de desinterés real, pero tampoco la oposición ha dado síntomas de estar dispuesta a dar el paso de renunciar a lo suyo en beneficio de todos.
Sánchez tiene el conocido problema de sus amistades peligrosas. Y ahí las tiene ahora, enfrente, con las navajas desenfundadas. Pero el país que gobierna tiene uno aún mayor, que es el de gestionar un futuro de incertidumbre en el que puede pasar casi cualquier cosa, según hayan dormido o copulado la noche anterior los dos salteadores de caminos que ejecutan en el planeta la más peligrosa danza de los poderosos. El presidente ha optado por la vía más fácil, que es el decreto y viajar solo. Pero esa es también la vía menos eficaz y democrática, le parece a Ariadna. Era evidente que no podía convencer a la izquierda española, al menos a esa que sigue buscando en sus viejos manuales soluciones a tiempos nuevos, de que armarse en este momento es lo más inteligente. El teatrillo adolecía, además, de cierta cojera democrática al convertir el salón de la Moncloa en una versión B del Congreso de los Diputados. Pero de nuevo Sánchez se ha ido al regate corto y la tocata y fuga sin imaginación o sacrificio.
Hoy por hoy, la única salida posible del laberinto es el hilo que han de tejer los dos grandes partidos quitándose el miedo a ser lo que son y caminando de la mano. Si es posible, tras un debate parlamentario. Porque no es sólo cuestión de formalismos. La altura de miras no es únicamente la renuncia a los principios en aras de un bien común, sino la capacidad de ilusionar y motivar a un país que tiene razones para no creer en la política. Pero se malicia Ariadna que estos jugadores del ajedrez del corto plazo están tan fuera de la realidad, tan en decadencia, que son incapaces de hacer ni siquiera de la necesidad virtud. No recuerdan lo que es ésta ni se han dado cuenta del verdadero estado de necesidad en que estamos.

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