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Tribuna

La Hispanidad, el desafío de nuestro tiempo

Nuestra lengua, nuestras letras y nuestra historia común constituyen una aportación singular que no encierra, sino que abre horizontes

Leopoldo López Gil
La Hispanidad, el desafío de nuestro tiempoBarrio

Cada día, más de 600 millones de personas piensan, sueñan, debaten y se comunican en español. Es la Hispanidad en acción. No es ninguna reliquia, sino un entramado cultural que cruza siglos y potencia nuestro porvenir.

Algunos reducen la Hispanidad a una historia de conquista y sometimiento. Pero lo que ha sobrevivido es el verbo; no la imposición, sino la confluencia. El idioma español –forjado en el cruce de raíces indígenas, africanas y europeas, y hablado con acentos tan diversos como los andinos, caribeños, rioplatenses, centroamericanos, mexicanos, madrileños o catalanes– es el testimonio vivo de un patrimonio plural que no puede fragmentarse y solo debemos fortalecerlo.

Describía Teodoro Roosevelt en 1912: «El carácter hispano, robusto y viril, noble y generoso, grave y valiente hasta la temeridad; los sentimientos caballerescos de una raza potente de héroes, sabios, guerreros y santos que hoy parecen legendarios, aquellos que en pobres barcas de madera corrían a doblar la tierra y a ensanchar el espacio, limitándose esféricamente el globo, completando el Planeta… La raza española ha hecho lo que ningún otro pueblo: descubrir un Mundo para que, con la transfusión de su vida, de su sangre y de su fe, implantaran en esos suelos una civilización muy distinta de otros pueblos conquistadores, más humanitaria que la que mata o esclaviza razas…». Eso es lo que don Andrés Bello decía: que en buen idioma además se había aprendido a respetar las leyes, defender los derechos y a organizar colegios y universidades.

Escribió Carlos Fuentes en «El espejo enterrado»: «De los espejos de obsidiana enterrados en la urbe totonaca de El Tajín a los espejos ibéricos de Cervantes y Velázquez, el de la locura y el del asombro, un intercambio de reflejos culturales ha ido y venido de una a otra orilla del Atlántico […] este ensayo cuenta esa historia, la nuestra». Esa interrelación resume lo que somos: un espejo múltiple que devuelve rostros distintos, todos reconocibles bajo una misma luz.

Sin embargo, la Hispanidad pierde sentido cuando se convierte en bandera para dividir. Hay quienes la invocan para excluir, y quienes la desprecian por ideologías bastardas. Solo y solamente cobra verdadero valor cuando se asume como un espacio común: un proyecto cultural arraigado en los principios de libertad, justicia, solidaridad y convivencia democrática.

Hoy, particularmente, debemos prestar atención al riesgo de diluirnos en una globalización que erosiona las raíces. La Hispanidad no rivaliza con lo universal: lo enriquece. Nuestra lengua, nuestras letras y nuestra historia común constituyen una aportación singular que no encierra, sino que abre horizontes.

Al afirmar con serenidad lo que somos, para dialogar mejor, evitaremos levantar fronteras identitarias. Sanar heridas que no podemos obviar: la pobreza, la desigualdad y la exclusión que persisten en países hermanos. Si ha de tener vigencia real, la Hispanidad debe inspirar también un compromiso ético y cívico con sociedades justas y solidarias.

La fuerza del idioma nos recuerda que la esperanza se cultiva palabra a palabra, generación tras generación. En él resuenan los versos de Bello, la musicalidad de Darío, la audacia de Vallejo, la ironía de Cervantes. Todos distintos. Todos nuestros.

Vuelvo a Andrés Bello, cuya clarividencia sigue iluminando nuestros días. En el prólogo de su «Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos» escribió: «Mis lecciones se dirigen a mis hermanos, los habitantes de Hispanoamérica. Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como un medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español derramadas sobre los dos continentes».

Pero ¿qué entendía Bello por «pureza»? Sin duda, no aludía a una lengua rígida, estancada, ajena a la evolución de los pueblos. Hablaba, más bien, de fidelidad a un tronco común que se despliega en giros y acentos múltiples sin romper el hilo que los enlaza. Esa es la verdadera fortaleza del español: su capacidad de transformarse sin fracturarse, de adaptarse sin perder raíz.

Hoy, en lugares como Estados Unidos, donde más de cuarenta millones de personas lo hablan en sus hogares y decenas de millones más lo estudian o emplean como segunda lengua, el español enfrenta un desafío urgente: mantenerse como herencia viva en entornos multilingües. Allí, las nuevas generaciones lo reinventan con neologismos, calcos y mezclas, probando que nuestro idioma no solo sobrevive: evoluciona.

Defiendo una Hispanidad serena, consciente de su historia y orgullosa de su legado, abierta a la autocrítica y al diálogo. Una Hispanidad que no se limita a una fiesta del calendario, sino que late en cada conversación entre pueblos que, aunque separados por océanos, se reconocen en un lenguaje compartido.

Transformar memoria en futuro es nuestro reto. Que la Hispanidad sea reencuentro, no exclusión. Obra viva y no monumento inmóvil. Hálito capaz de ofrecer al mundo nuestro acervo: lengua, cultura y valores que unen y permiten entendernos.

Leopoldo López Gil, exdiputado al Parlamento Europeo (2019–2024).