Tribuna

Historia secreta del meridiano de Greenwich

No le faltaron enemigos al duque Hunfredo. Sus actividades cultas eran vigiladas de cerca por el obispo de Winchester, Henry Beaufort

En 2024 se cumplirán ciento cuarenta años de la conferencia internacional que dispuso que el primer meridiano del mundo se fijara en Greenwich, un tranquilo y verde distrito al este de Londres. Aquella fue una decisión de enorme calado. El mundo se estaba abriendo entonces a la globalización, barcos de vapor conectaban todos los océanos del planeta y el ferrocarril entre naciones hacía necesario que se ordenasen los usos horarios de una vez por todas. En aquella cita científica se presentaron tres propuestas: que el meridiano cero pasara sobre la isla del Hierro, que era la tierra más occidental conocida en tiempos de Ptolomeo; que se estableciera sobre el observatorio astronómico de París tal y como había propuesto el astrónomo catalanofrancés François Arago, o que lo hiciera sobre el Real Observatorio de Greenwich. Veintidós de los veintiséis países convocados a aquella conferencia votaron a favor de esta última opción, y con el tiempo su decisión sería adoptada por el resto, ajustando los relojes al uso horario marcado desde esa «línea inglesa» aparentemente arbitraria.

Hoy Greenwich se ha convertido en una de las atracciones más curiosas del Reino Unido. Su observatorio, levantado en 1675 por el arquitecto Christophrer Wren, atrae a turistas fascinados con la idea de fotografiarse sobre la longitud cero marcada en el suelo de su jardín. Pocos, sin embargo, conocen su historia oculta, yo diría incluso que ocultista. Wren, miembro de la entonces novísima Royal Society, la primera organización abiertamente científica de Europa, estuvo muy vinculado a masones, rosacruces y hermetistas, y vio en aquel proyecto la posibilidad de afianzar su idea de convertir Londres en una «nueva Jerusalén». Solo nueve años antes, la ciudad había sido devastada por un incendio pavoroso, e inspirado por la obra de Francis Bacon La Nueva Atlántida y por la idea de que Inglaterra estaba predestinada a jugar un papel clave en la Historia, sus colegas y él se pusieron manos a la obra.

Un reciente ensayo titulado Axis of Heaven detalla esa peripecia. Sus autores, Paul Broadhurst y Gabriele Trso, argumentan que la elección de Greenwich para aquel proyecto no fue casual. Rastreando la región en la que se fijaría el primer meridiano, descubrieron que solo en sus alrededores se podían situar hasta diecisiete lugares sagrados como iglesias, recintos paleolíticos o cuevas con inscripciones antiguas. Les llamó la atención que la mayor concentración de túmulos prehistóricos del país, los long mounds de Lewis, hubieran sido construidos justo sobre los 0º00’, y que estos se usaran ya entonces para la observación de estrellas. Pero lo que terminó de sorprenderles fue que pudieron trazar una cronología ininterrumpida que marcaba a Greenwich como un lugar para estudiar los nexos entre cielo y tierra, al menos desde el neolítico.

El periodo que más les interesó fue el protagonizado en el siglo XV por el duque Hunfredo de Gloucester. Todavía faltaban doscientos años para que naciera la Royal Society y surgiera la preocupación formal de establecer un meridiano cero, pero aquel noble con pretensiones dinásticas al trono de Inglaterra ya percibió el enorme potencial cósmico del enclave. Sobre la cima de su promontorio más destacado levantó una residencia a la que llamo la «Bella Court» y se afanó por reunir en ella libros sobre astronomía y astrología que, más tarde, servirían de punto de partida a la biblioteca de la Universidad de Oxford. Junto a su mansión –que siglos después se transformaría en la Flamsteed House, el primer observatorio de Greenwich–, Hunfredo encontró un pozo de treinta metros de profundidad, seco, que usó como mirador para el movimiento de estrellas, tal y como se hacía en tiempos de Eratóstenes. De algún modo, su propiedad se convirtió en el centro intelectual del país. Un centro, por cierto, no exento de prácticas heterodoxas.

No le faltaron enemigos al duque Hunfredo. Sus actividades cultas eran vigiladas de cerca por el obispo de Winchester, Henry Beaufort, y aunque contaba con la protección de Enrique IV, su apoyo a la excarcelación de un sacerdote que trabajaba para él compilando tablas astrológicas y haciendo «brujerías» (sic) para la reina Juana de Navarra, terminaría conduciéndolo a la desgracia. La segunda esposa de Hunfredo, Eleanora de Cobham, se vio implicada asimismo en otro incidente con miembros del clero. Dos sacerdotes amigos de la familia fueron acusados en 1441 de prácticas mágicas al ser sorprendidos derritiendo un muñeco de cera con la efigie del rey. Uno de los curas, Roger Boilingbroke, admitió los cargos de hechicería y señaló a Eleanora y sus ambiciones por ser reina como la razón última de sus actos. En la documentación que ha llegado a nuestros días, el padre Boilingbroke –que murió ahorcado, y después desmembrado para escarnio de futuros magos– aparece mencionado como «geomante». Esto es, adivino que usa la tierra y sus accidentes para sus pronósticos. Curiosa práctica –concluyen los autores de Axis of Heaven– para un Greenwich que terminaría tres siglos más tarde definiendo la geografía moderna.

Tras aquellos hechos, los duques de Gloucester cayeron en desgracia. Su «Bella Court» fue expropiada y derivada por la corona británica a su destino actual. Y ahí está lo raro. Es como si, pese a todo, la Historia, la providencia o lo que quiera que sea, no quisiera que Greenwich se aleje de su atávico papel de nexo entre cielo y tierra. La pregunta es, ¿por qué?

Javier Sierraes Premio Planeta de novela y autor de "En busca de la Edad de Oro".