Tribuna

Impostura

Es la estrategia del socialismo al uso, despojado de toda cualidad de la socialdemocracia

He esperado para dejar paso al inevitable aluvión de intervenciones, vídeos, declaraciones, opiniones de analistas o editoriales acerca de un evento político de calado indiscutible. Indiscutible sean cuales fueren las posiciones –todas, en principio, respetables– de cada cual. Estas líneas no tienen la intención –en modo alguno– de emitir una opinión sobre el impacto político –y mucho menos partidista– de a quiénes ha dañado o beneficiado la reciente Moción de Censura al Gobierno de Sánchez con un candidato ilustre y respetado, el Prof. Tamames. Sin embargo, tras estos días, no me resisto a compartir algunas reflexiones en torno a una palabra que reiteradamente afloraba, con fuerza desde mi hipotálamo, ante breves vídeos o intervenciones completas del mencionado evento parlamentario: impostura.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española el término «impostura» tiene dos acepciones: 1) Imputación falsa y maliciosa y 2) Fingimiento o engaño con apariencia de verdad.

Una actuación suscita esta percepción –impostura– cuando una persona osa presentarse como una estudiosa de la Constitución desde hace décadas, particularmente en los últimos tres años, cuando millones de ciudadanos somos testigos oculares del descomunal destrozo de la Carta Magna que han propiciado desde su partido, por el abierto incumplimiento de la misma, su tergiversada interpretación o con la proliferación de leyes ilegítimas -cuando no aberrantes– por no respetar los elementales derechos enumerados en una Constitución que está siendo dinamitada.

Empecemos por la «segunda acepción de la impostura», la del fingimiento o engaño con apariencia de verdad: querer manifestar respeto o deferencia repitiendo hasta la saciedad el nombre del «interpelado» (que –por cierto– no lo era: en este caso, el interpelado era el presidente Sánchez). Pues bien, en menos de 40 minutos, «Sr. Tamames» fue pronunciado en veintiocho ocasiones. Reiteración que más que suscitar la pretendida apariencia de deferencia, resultó –por lo mendaz que el tono prepotente ponía al descubierto– una falta de respeto, rallando además en el ridículo de la interpelante. Algo similar ocurrió con el abuso en el uso del «Mandato Constitucional», en un supuesto intento de autoproclamarse defensores de la Carta Magna. Tenemos que reconocer que el número de veces que se aludió explícitamente al «Mandato Constitucional» no fue contabilizado por puro instinto de conservación de nuestra salud mental.

No es posible dejar de mencionar en este sentido, la aduladora enumeración de todos los servicios prestados a la causa del progreso y de las libertades de sus compañeros de Consejo de Ministros. Mas parecía una fagocitosis de adeptos para engrosar las filas del propio liderazgo de un partido en ciernes que estos días se acaba de consumar.

Podríamos ahorrarnos la referencia a la primera acepción del término impostura: imputación falsa y maliciosa. Ciertamente, no fue otra cosa la retahíla de afirmaciones en el empeño de dejar constancia casi febril de que su único afán era «defender los derechos» de sus gentes, sin mencionar –por supuesto– los deberes, ni las responsabilidades. La enumeración de los logros, con la apariencia del rigor de un matemático, eran reducidos a pavesas ante la cruda realidad: el despilfarro en el Gasto Público; el incremento de 8,5% de las pensiones y la reforma planteada que atentan inevitablemente contra la sostenibilidad de nuestro sistema; la fiscalidad confiscatoria que ametralla a autónomos y a la –hasta ahora– sólida clase media; el desprestigio internacional, particularmente en la UE. Mientras, esgrimía argumentos insostenibles contra Gobiernos anteriores que –a pesar de sus errores– lograron recuperaciones indiscutibles tras encontrarse a su llegada las arcas del Estado vacías, por no decir asaltadas. Por poner un ejemplo, la reforma laboral (RD 3/2012) redujo el crecimiento necesario del PIB para generar la capacidad de crear empleo, como así fue.

A las pocos días, de la falaz retahíla de logros, el adulado ministro Escrivá asestó un golpe de 6.000 millones a los autónomos para «salvar las pensiones» y los inspectores de trabajo denunciaron a la oradora por sus insoportables condiciones de trabajo, por mencionar sólo dos evidencias.

Ser capaz de mentir con persuasión es el mayor riesgo para incurrir en la impostura. Ciertamente, esa capacidad de persuadir, mintiendo, es peligrosa. Es la estrategia del socialismo al uso, despojado de toda cualidad de la socialdemocracia. Esta habilidad de mentir, persuadiendo, ha sido la clave del éxito en el avance de los objetivos del Foro de Sao Paolo en toda Iberoamérica, imponiendo un comunismo mendaz, si alguna vez hubo alguno que no lo fuera. La protagonista, que suscita estas líneas, ha sido criada en el regazo del chavismo más «cutre» y, en la actualidad, es un miembro de número del Foro de Puebla como Irene Montero, el precursor del censurado Sánchez, R. Zapatero, y el mismísimo Baltasar Garzón. «Vivir para ver», que diría mi abuela materna.

Pero algo ejemplar y esperanzador presenciamos esos mismos días en el Hemiciclo: la mirada clara; el discurso magistral, valiente y clarividente; el porte digno, académico y respetuoso de un demócrata; la sorpresa atónita propia de la inocencia de un niño ante la impostura y la desvergüenza; la hombría de bien de un hombre cabal que ha modificado el rumbo de sus posiciones porque buscaba la verdad, el bien común y su rigor y rectitud no le permitían negar la evidencia. ¡Gracias, Prof. Tamames!

Inma Castilla de Cortázar Larrea.Catedrática de Fisiología Médica y Metabolismo.

Ex presidente del Foro Ermua, actualmente vicepresidente del Foro Libertad y Alternativa (L&A)