El buen salvaje

Irene, ¿a fregar?

Creímos que en Galapagar mandaba el macho alfa cuando era ella la que imponía sus condiciones a todo el que se acercaba al círculo del poder marital

Cantemos. Quiero ser una perra... del hortelano. Irene Montero podría mezclar una canción de Roberta Bandini (lo de la perra) con otra de La Bien Querida (lo del hortelano) para explicar por qué se encuentra ahora en el refugio de animales hasta que la oportunidad le permita enseñar los colmillos. Irene comía, cuando se lo permitían, pero no dejaba comer. Hacía de ese clásico personaje cleopátrico que se entromete en todo y al final enemista a todo el mundo porque en el centro solo hay sitio para ella y sus serpientes. Lo único que puede entenderse de esta mujer es que esté fuera del Gobierno porque nunca se comprendió que entrara ni que bandereara nociones sofisticadas difíciles de desentrañar hasta por los filósofos más curtidos.

Las feministas radicales han mandado a Irene a fregar, que es una actividad propia de todos los géneros, pero que, tratándose de ella, suena a insulto y mofa. Han creado una víctima más del patriarcado rubio de Yolanda Díaz que, como se ve, tiene mucha sororidad y resiliencia. Si Yolanda fuera Yolando, Irene padecería violencia de algún tipo cuando el que en realidad la padece es Pablo Iglesias, ese sí, víctima de violencia vicaria. Sufre que se trate a su pareja como a María Antonieta, ella que solo quiso que los violadores comieran pasteles.

Irene y Pablo hoy son el resultado de un fracaso personal, pero no de la buena nueva que vinieron a anunciar. Abrieron las puertas del más allá, hasta entonces guardadas por alguna criatura mítica, a la antipolítica, al más descarado de los populismos y, una vez de par en par, les dieron con la puerta en las narices. En esta legislatura «cabalgarán contradicciones», eso que tanto les gusta, que es fundamentalmente dar por saco.

Creímos que en Galapagar mandaba el macho alfa cuando era ella la que imponía sus condiciones a todo el que se acercaba al círculo del poder marital. Irene impuso un matriarcado, perdedor, pero matriarcado. Es el único provecho que le sacó a ser ministra.