Quisicosas

Juan-Kendall

Cada libro, cada película, cambiaban su vida y quiso ser sucesivamente Harry Potter, Michael Jackson y Peeta Mellark de «Los Juegos del Hambre»

Habían tenido una fortísima pelea en el hospital, así que Paco cogió la llamada con temor, pero la voz de Juan era extraordinariamente serena. «Ya sé lo que me ocurre papá, y para qué quiero vivir: soy una mujer». El nombre elegido fue Kendall, el de la modelo mejor pagada del mundo, parte esencial del clan Kardashian. Un metro setenta y nueve, un cuerpo esbelto y 23 millones de dólares anuales de ingresos según Forbes. Imitar a los ídolos es un viejo método de desarrollo personal.

Juan era el pequeño de cuatro hermanos chilenos adoptados generosamente por Sandra y Paco, españoles que después consiguieron tener dos hijos biológicos más. Algo en su interior lo impulsaba lejos, meteóricamente. Peinaba a las barbies con delicadeza y a la vez peleaba como un jaguar en la piscina. Cada libro, cada película, cambiaban su vida y quiso ser sucesivamente Harry Potter, Michael Jackson y Peeta Mellark de «Los Juegos del Hambre». Todos morenos, todos brillantes, todos héroes.

Cuando se dieron cuenta de que el colegio empezaba a ser un infierno, Juan ya tenía muescas en los brazos, autolesiones para evitar el dolor de ser distinto. Se había convertido en el juguete de las chicas que lo peinaban y vestían y el hazmerreir de los jefes de bullying. La corta vida de Juan/Kendall fue un salir y entrar de centros psiquiátricos, que acabaron diagnosticando un Trastorno Límite de la Personalidad con rasgos histriónicos. De nada sirvió que el padre y la madre suplicasen tiempo. Cuando eligió a Kendall Jener como referente –también el padre de la modelo había pasado de ser el medallista olímpico Bruce Jener a la influencer septuagenaria Caitlyn Jener– aparecieron las hormonas como una varita mágica.

Era agresivo/a, estaba desconcertado/a, no conseguía convivir con nadie, pero nadie pisó el freno y las voces de sus padres se perdieron en la algarabía: «Juan tiene un problema más profundo». Emprendió una lucha contra sus propios músculos masculinos, empeñados en reaparecer con fuerza cada vez que pisaba un gimnasio. Los pechos fueron un calvario de operaciones que lo hacían blasfemar de los médicos.

La Semana Santa de hace diez meses la familia se tomó un respiro. Se habían mudado a Santander siguiendo los hospitales de Kendall e hicieron vacaciones en Alicante. La chica-chico hacía tiempo que vivía de la noche, a caballo de Barcelona y Madrid. Alguien llamó a la puerta de la casita vacía de Cantabria. La siguiente llamada fue de la policía, al día siguiente. Kendall-Juan se había ahorcado en las inmediaciones y el cuerpo había aparecido en la calle. Tenía 21 años y había regresado a casa.