Cuartel emocional
Vivir en un kibutz
Una joven soldado española se despide de su familia con un “te quiero mamá”, y el sufrimiento aumenta porque nadie puede sustraerse de semejante desgracia ni siquiera con los más de cinco mil kilómetros que nos separan de Israel
La vida campesina en el kibutz la eligen muchos, sean judíos o no, por lo que tiene de tranquila, de pacífica, de practicar el arte de compartir, de cultivar la tierra, de cuidar el ganado… un tipo de vida que ensancha el espíritu porque el mundo rural así lo propicia. Pero esa paz que se busca en esta forma de transitar por lo que es nuestra existencia se ve alterada de repente por ataques terroristas como los que se están produciendo en la franja de Gaza, una extensión de terreno tan exigua como peligrosa. Las masacres se suceden sin cesar, los campos de batalla van convirtiéndolo todo en pura ruina y tanto los más pequeños como los más ancianos viven el horror de la muerte sin piedad, de torturas, secuestros y decapitaciones a manos de Hamás. Nos sobrecogen las actualizaciones de las noticias que nos informan de matanzas indiscriminadas, ora en un festival hippie, ora en hogares con bebés que resultan decapitados por decenas tan sólo por el hecho de ser judíos. Una joven soldado española se despide de su familia con un “te quiero mamá”, y el sufrimiento aumenta porque nadie puede sustraerse de semejante desgracia ni siquiera con los más de cinco mil kilómetros que nos separan de Israel. Es la guerra sin final, es el odio de unos frente a la estabilidad que ansían los otros.
Mientras, en España, una ministra que tiene las horas contadas en el gobierno se tunea de palestina para asistir al desfile de la Hispanidad al tiempo que muy hipócritamente lo critica y propone suprimirlo porque, según sus escasas luces, supone la conmemoración de un genocidio de España hacia Iberoamérica (ella dice Latinoamérica, que me ataca los nervios). Todo dislate patrio ya nos induce a la hilaridad, por ejemplo el amigo Aitor Esteban llama a Yolanda Díaz perejil de todas las salsas, y no le falta razón, mientras él, a lo zorro, no precisa si va a apoyar la investidura de Sánchez, al tiempo que Pere Aragonés juega al doble o nada, exigiendo una amnistía con efectos retroactivos para que nadie quede fuera de esta tómbola, tom tom tómbola, en la cual nos enteramos también de una “francinada”, me refiero a una incomprensible maniobra de la actual tercera autoridad del país, o sea, la presidenta del Congreso de los Diputados, neé Armengol, que en su última gestión como “gobernadora” de Baleares puso como profesores de la Escuela náutico-pesquera a una pianista, un psicólogo y un químico, gentes que del mar saben lo que yo de física cuántica. Esta es buena, ¿eh? Ya nada puede asustarnos en la situación que vive nuestro país. Menos mal que tenemos a la mujer del Rey que nos ha salido rapeando en el Día Mundial de la Salud Mental para concienciar a los españoles de su importancia. ¡Y lo hizo muy bien! Una forma eficaz y profesional de llamar la atención en favor de una causa que bien lo necesita, al tiempo que, en representación de la Corona, nos deja en un buen lugar, hoy que tanto lo necesitamos luego de la exclusión de España del comunicado conjunto de países de la UE y Estados Unidos para condenar a Hamás. Una vergüenza, si bien no debemos olvidar a Maduro cuando aseguró en estos días que “Jesucristo fue un joven palestino crucificado por el Imperio Español”. Ahí lo dejamos.
CODA. Pasamos al lado bonito para elogiar el papel de la Princesa en el desfile y en la posterior recepción en Palacio con más de dos mil quinientas personas. Qué buena pinta, qué guapa es y qué bien le sienta el uniforme militar. El año próximo la veremos con el de de marinera y el siguiente, del ejército del aire. Serenamente cantó junto a su padre, el Rey, “la muerte no es el final” en el momento de homenaje a los caídos y sonrió de forma especial en el besamanos a un compañero cadete. La Princesa sonríe, ¿qué tendrá la Princesa?
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