Tribuna

Leopoldo Calvo Sotelo, evocación necesaria

Leopoldo Calvo Sotelo está en el podio de honor de los hombres que en la acción política valoraron antes la conveniencia de su nación que la transitoria gloria partidaria

Escribo esta evocación de la memoria y en memoria de Leopoldo Calvo Sotelo cuando se cumplen quince años de su muerte, bajo la triste y penosa influencia de los cotidianos aconteceres de la España de estos días, donde desde el propio gobierno se alienta la venganza histórica y desde donde se pretende con alevosía buscar la complicidad de los asesinos del pasado. Los nombres de Primo de Rivera y hoy Calvo Sotelo se unen en macabra y pobre argumentación.

Y evocar al que fuera el segundo presidente de la Democracia española es hacerlo de un hombre ilustrado, culto, sin doblez, para quien la mentira como ardid político era repugnante, y que acreditó su honradez y dignidad en todo el tiempo de su mandato. Con la visión clara y nítida de lo que convenía a España, supeditando ello a lo que podría haber beneficiado a su propio partido, que ya ofrecía grietas insalvables o al menos mitigado la premeditada voladura desde dentro y desde su oposición.

Ya desde su etapa como ministro para la negociación de la entrada de España en la Comunidad Europea –largamente deseada– supo que en los altos de la política mundial, en los clubes más ilustrados para la armonía europea y mundial era conveniente que la ventaja económica y comercial fuera acompañada de la solidaridad defensiva de los valores de libertad y democracia del Tratado que consolidaba la defensa común. Por eso, en su discurso de investidura en marzo de 1981 ya anunció su propósito de solicitar el ingreso en dicho Tratado Atlántico, cuyo acuerdo fue votado por la unanimidad de los parlamentos de los países miembros, pese a los «patrióticos» intentos del PSOE de boicotear esa entrada en la OTAN, primero firmando en diciembre de 1977 un acuerdo con el Partido Comunista ruso en Moscú, como acredita la foto – ¡ no es fácil encontrarla en los medios!– en la que Felipe González, Alfonso Guerra y Miguel Boyer aparecen con su idóneo gorro de astracán en la Plaza Roja y luego tratando de impedir que los gobiernos afines –como el griego– rechazara la petición de España. La entrada de España en la OTAN el 30 de mayo de 1982 fue clave para que el PSOE cayera de la higuera «romántica» de que esa organización era símbolo de la guerra, de la amenaza nuclear, del más abyecto militarismo, y para que en 1986 la Unión Europea nos abriera las puertas de su selecto «club», en el que afortunadamente hoy figuramos.

Y en contra de lo que los españoles hemos tenido que padecer en los últimos meses, la otra gran aportación de Leopoldo Calvo Sotelo a la dignidad de la democracia española fue el haber fijado como relevante objetivo de su mandato el culminar el juicio a los militares golpistas que el 23 de Febrero de 1981 trataron y consiguieron durante un tiempo violentar la sede de la soberanía nacional y el haber recurrido la inicial débil sentencia del Tribunal militar contra el general Alfonso Armada, urdidor con el Teniente general Milans del Bosch y el teniente coronel Antonio Tejero de la trama golpista, y sé por su propio testimonio que su recurso meridiano y ejemplar, presentado por el gobierno ante el Tribunal Supremo, fue tan inmediato como contrarios lo fueron algunos medios y políticos que le desaconsejaron el ejercicio de ese derecho, y como indigno ha sido el indulto, y la rebaja de la tipificación del delito de sedición cometido por su sucesor en el tiempo en la presidencia del gobierno, en favor de los golpistas nacionalistas que violentaron de forma agresiva e ilegal la Constitución, la convivencia en Cataluña y le han permitido llegar a la presidencia del gobierno y mantenerse en ella.

La historia ya ha dictado sentencia en favor de las razones ejemplares de hacer prevalecer la dignidad del poder civil frente al militar y en contra de las de quien ha infringido una humillante derrota a los valores democráticos, ha contravenido la defensa de Su Majestad, la sentencia del Tribunal Supremo, en favor de su exclusiva y mezquina conveniencia política, aboliendo un delito clave en la jurisprudencia penal contra el golpe de estado.

Estos dos hitos sitúan a Leopoldo Calvo Sotelo en el podio de honor de los hombres que en la acción política valoraron antes la conveniencia de su nación que la transitoria gloria partidaria y le elevan por encima de otros criterios menores, de otras peripecias de su mandato, en donde supo estar a la altura del momento histórico, tratando de recuperar al dolido Adolfo Suárez con UCD, gestionando el inmediato relevo con Felipe González, con el que en un año se entrevistó en el Palacio de la Moncloa hasta en veinticuatro ocasiones, de las cuales muchas no fueron hechas públicas, al que ya sabía vencedor de las elecciones del 28 de octubre de 1982. Y supo despedirse con un muy medido discurso en el que, consciente de la brevedad temporal de su gobierno, dejó una ironía que él sabía que el tiempo le daría la razón, al afirmar: «…al concluir mi mandato regreso a mi casa de siempre». Fue un hombre de honor.