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A pesar del...

Liberalismo moderno

No son los políticos, sino las ideas. Y las ideas liberales, a trancas y barrancas, van ganando.

Decía Ortega que una cosa son las personas de una escuela y otra cosa es un grupo de gramófonos. Lo recordé al leer el reciente libro de Brian Doherty, «Modern Libertarianism. A Brief History of Classical Liberalism in the United States», que publica el Instituto Cato de Washington.

Es un breve volumen que recorre la historia de los liberales norteamericanos, empezando por los primeros en el siglo XVIII, pero centrándose en el XX, con la llegada de dos grandes austriacos, Mises y Hayek. Hace bien en prestar atención a tres «Madres Fundadoras» –Isabel Paterson, Rose Wilder Lane, y Ayn Rand– y a instituciones señeras como el Volker Fund, la Sociedad Mont Pelerin o el Institute for Humane Studies, aunque eché de menos a algunas más recientes pero importantes, como el Liberty Fund o el Independent Institute. Desfilan figuras como Friedman, Rothbard, Nozick, Goldwater, los hermanos Koch, Kirzner o Buchanan, y otros menos conocidos a este lado del mar como LeFevre, Andrew Galambos, Samuel Konkin III o Randy Barnett.

Como cabía esperar, Ortega tenía razón y los liberales son de su padre y de su madre –también en torno a la maternidad liquidada del aborto– y muchos erraron desde la perspectiva liberal, como Friedman cuando defendió las retenciones fiscales, acaso el invento más demoníaco del Estado moderno. Algunos liberales recelaron, y con razón, de políticos tan destacados como Margaret Thatcher o Ronald Reagan, que perpetraron medidas antiliberales. Con más razón desconfían de Donald Trump, quien, como sentenció Michael Chapman en las páginas del propio Cato, tiene «actitudes y ha adoptado medidas sobre el flujo internacional de personas, bienes y capitales, que son terriblemente, ridículamente antiliberales».

Lo mismo se podría decir de la derecha en muchos otros países, empezando por España, donde el Partido Popular tiene antecedentes dudosos, por decirlo suavemente. También podrían plantearse objeciones a Javier Milei, pero seguramente hoy los elogios que le brindan Alberto Benegas Lynch (h.) o Jesús Huerta de Soto son más influyentes que las críticas que formula Roberto Cachanosky, por hablar solo de tres liberales amigos míos.

Sea como fuere, lo importante, como sostiene con acierto este libro y como decía Hayek (y también Keynes, lo digo solo por fastidiar), no son los políticos, sino las ideas. Y las ideas liberales, a trancas y barrancas, van ganando.