Opinión

La libertad vuelve a ser sexy (y rentable)

En 2025 algo extraño flota en el aire: perfume de cambio

Hubo un momento, no muy lejano, en que Blancanieves estuvo a punto de quedarse dormida para siempre, no por la maldición de una bruja, sino por el tribunal del puritanismo que decidió que su historia era, en esencia, una apología del abuso sexual donde el príncipe, que tenía la cancelada costumbre de besar a una fémina dormida, pasó de ser un galán de fantasía a un presunto agresor sin consentimiento previo, un individuo azul, demasiado heteronormativo y peligrosamente romántico.

Las niñas de ahora, al menos la mía, ya no se enganchan a los clásicos como la Bella Durmiente… Preguntan por qué siendo las mujeres al menos igual de fuertes que los hombres _excluyendo un torneo músculo a músculo_ en los clásicos dorados Disney relatan técnicamente lo contrario.

Hay que reconocerlo, las mejores películas de Disney son clasistas, machistas y racistas. Esto es algo que cualquier bípedo de formación y sensibilidad moderadas sabía desde la primera vez que vio La cenicienta, una película que reproduce un esquema paradigmático en la casa del ratón Mickey: joven desvalida, pava y sumisa versus varón poderoso que la rescata cautivado exclusivamente por su belleza física, la historia del machismo social, literario y gráfico, la recreación multicolor del paternalismo, el retrato psicológico de todas y cada una de nuestras taras como especie, una por una.

Sin embargo, ¡sociedad enferma! ¡Cuánto, cuantísimo hemos disfrutado viendo y contando esas historias, disfrazándonos (y a nuestras hijas) de esos seres menesterosos llamadas princesas Disney… ¡Poco nos ha pasado a las de mi quinta y a nuestras predecesoras!

Sinceramente, no creo que existan filmes tan obsoletos filosóficamente como los icónicos del emporio de los sueños… Y, sin embargo, ¿cuánto nos gustaban y cuánto nos ha aburrido el Disney igualitario y moderno ¿eh? (aunque sea más sano y más justo) ¡Taquillas vacías!. Las cosas como son.

Y otra vez el péndulo de la historia de la humanidad riéndose de nosotres. En 2025 algo extraño flota en el aire: perfume de cambio.

Las redes sociales aflojan la censura y figuras como Zuckerberg confiesan haberse plegado a presiones gubernamentales para censurar y castigar insumisos. Eliminación de comentarios, persecución de perfiles disidentes, fact-checkers, árbitros del pensamiento permitido. Pero, ¿qué ocurre ahora?

Para empezar, no se trata de un despertar intelectual ni de una súbita epifanía sobre la importancia de la libertad de expresión o la intolerancia al aburrimiento. Dinero, agendas políticas, intereses comerciales.

Elon Musk es el paradigma del aumento del tráfico, del engagement, y la demostración de que la libertad puede ser muy sexy, pero sobre todo rentable.

El giro no se limita a las redes sociales y el entretenimiento. Políticamente, el terreno está cambiando. En Reino Unido, un caso de niñas violadas oculto por las autoridades pone al gobierno contra la pared. En Francia, Alemania e Italia, partidos alejados del progresismo tradicional ganan terreno. Argentina abre los ojos ante el tsunami Milei, y en Venezuela, Maduro parece más atrincherado que gobernante. El mapa ideológico global, hasta hace nada dominado por el discurso progre, muestra ahora grietas por las que asoma un nuevo paradigma.

¿Negocio? ¡Vamos al núcleo de la cuestión!

El progresismo, más que una ideología, ha supuesto (y aun lo hace) un sistema de poder que construía carreras y ofrecía réditos políticos. Defender la libertad era rápidamente etiquetado como ultraderecha. Pero… los números mandan, y las grandes corporaciones, que no tienen corazón, se alinearon con lo políticamente correcto, como ahora descubren que el beneficio se traslada al otro lado.

Incluso Disney, ese bastión de la narrativa inclusiva, lo admite al renunciar a su agenda política. No se trata de ideales, sino de balances.

¿Es esto el fin de lo woke, el sistema que confundió poder con moralidad? Probablemente no. El péndulo oscila, como siempre lo ha hecho, y nos recuerda que nada ni nadie es inmune al desgaste.

La libertad vuelve a ser ganancia, y yo me alegro, mientras dure. Bienvenidos al cambio, pero no lo llamemos revolución sino reajuste.