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Canela fina
«Extraordinaria, excepcional conferencia en la RAE de Alfonso Guerra sobre Antonio Machado, sangre sonora de la libertad»
Tarde tranquila, casi con placidez de alma, para ser joven, para haberlo sido cuando Dios quiso, para tener algunas alegrías… lejos y poder dulcemente recordarlas… Aromados por los versos de Antonio Machado, los espectadores abandonaron la Real Academia Española, donde Alfonso Guerra había pronunciado una conferencia que encendió el silencio emocionado de todos.
Guerra conoce mejor que nadie la vida y la obra de Machado. Ha ahondado en su pensamiento y escudriñado sus escritos. Siente a Machado. Lleva la aguda espina de sus versos en el corazón clavada. Le salen del alma y a borbotones sus poemas. A lo largo de una hora, la voz de Alfonso Guerra evocó Las Dueñas, el huerto claro donde madura el limonero, la muerte de los padres del poeta, la ruina familiar, los viajes que le llevan a París; la niña de 13 años que le arranca espinas del corazón; el temprano matrimonio en la iglesia soriana de Santa María la Mayor, la vida feliz, la muerte por tuberculosis de Leonor Izquierdo, la esposa adolescente; la angustia infinita de la soledad y la desesperanza, el Machado profundo y melancólico.
Y luego la vida del profesor de francés, los campos de Soria donde parece que las rocas sueñan, las colinas plateadas, los grises alcores, las cárdenas roquedas, los álamos de los márgenes del Duero, que «conmigo vais, mi corazón os lleva»; la elección como académico de la RAE, la relación o la amistad con Oscar Wilde, Baroja, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Unamuno, Ortega, Henri Bergson, Sorolla, Alberti, García Lorca, mi inolvidado Marqueríe, que me hablaba en el ABC verdadero de Machado.
Alfonso Guerra, en su espléndida conferencia, se refirió también, como de pasada, a Pilar Valderrama, tal vez la Guiomar machadiana, y también a sus apócrifos Juan de Mairena y Abel Martín; a su fervor por la República fracasada; al teatro endeble que hizo con su hermano Manuel; al camino desolado del exilio y la muerte junto a su madre en Colliure.
Cuando Alfonso Guerra formó parte del Jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, me di cuenta de que aquel político agresivo era antes que nada un hombre de letras. No le agradeceré nunca la satisfacción que me ha producido, a estas alturas de mi vida, escucharle hablar de Antonio Machado, sangre sonora de la libertad, que sentía siempre la aguda espina dorada del amor en el corazón clavada.
Luis María Anson, de la Real Academia Española
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