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La situación

Con la mano en el fuego

«El trabajo de quien está en el poder se concentra, precisamente, en sostenerse en el poder. Y todo lo demás, qué más da…»

Si algo define a los tiempos políticos del sanchismo es la indiferencia por la verdad. Moncloa se ha instalado en la doctrina trumpista de que los hechos reales no pueden competir con los «hechos alternativos», aquellos que son de creación propia y que se imponen a los verdaderos al grito del españolísimo «qué más da».

La producción exponencial de hechos alternativos desde el poder ha demostrado ser un éxito rotundo, porque los hooligans los acogen con acrítico entusiasmo. Si el jefe dice que la amnistía es inconstitucional, el eco llega hasta el último soldado de la milicia. Cuando el jefe vira hacia el convencimiento interesado de que la amnistía es plenamente constitucional, el eco llega, con la misma intensidad que el anterior, a los mismos milicianos, que lo replicarán de igual manera que replicaron el que decía lo contrario, y con el implacable ímpetu de los conversos.

Establecidos como exitosos estos procedimientos y costumbres, también es gratuito que el líder elija a un subalterno que resulta estar corrompido, que lo sustituya por otro igual de corrompido, y que otros altos dirigentes pongan la mano en el fuego por ellos. Qué más da…

Hubo un tiempo en el que lo mínimo exigible en política era la asunción de responsabilidades ante errores de bulto que tuvieran efectos graves. Una vez que ese principio pierde vigencia, lo sólido se licúa, y lo líquido se transforma en tan gaseoso, que nada tiene consecuencias.

De igual manera, se ha solemnizado el heroísmo de aquel que convierte su actuación política en un ejercicio de resistencia, como si lo importante fuese estar en el gobierno a cualquier precio, en lugar de gobernar. La mística del político rocoso y bunkerizado debería ser propia, únicamente, de las dictaduras. La democracia se inventó, precisamente, para acabar con los búnkeres, y lo único rocoso en un régimen de libertades y de opinión pública debe de ser la democracia en sí.

Ahora, la validez de esos principios básicos es muy débil, porque el trabajo de quien está en el poder se concentra, precisamente, en sostenerse en el poder. Y todo lo demás, qué más da…