Apuntes
Maribel Vaquero, la Clausewitz del PNV
La idea de desarmar jurídica y militarmente al Estado es una maravilla estratégica. Sin par
En la contada nómina de grandes estrategas mundiales, a la par de Clausewitz, Sun Tzu o Gonzalo Fernández de Córdoba, hay que sumar desde el pasado sábado a la portavoz en el Congreso del PNV, Maribel Vaquero, autora eximia del mejor plan de desconexión de las Vascongadas del resto de España que hayan podido imaginar las siempre fértiles mentes del nacionalismo vasco, incluido Julen Madariaga, cuya «revelación» experimentada en 1958 le llevó a la fundación de ETA con algunos amigos de la cuadrilla, cuyos nombres han pasado al olvido. Pero no nos despistemos de lo esencial, porque lo de Vaquero no lo supera ni Patton en la bolsa de la Falaise. El plan para la independencia vasca consiste en que se eliminen del texto constitucional el artículo 155 y que se le retiren a las Fuerzas Armadas las funciones de defensa del ordenamiento jurídico y de la integridad territorial de la Nación, contenidas en el artículo 8. Conseguidas estas reformas, piensa la diputada Vaquero, aunque lo mantiene dentro de la natural discreción estratégica, el proceso separatista sería pan comido. A ver, si el Ejército no tiene que defender la unidad de España ni la Constitución y nadie puede suspender la autonomía vasca, lo que sigue será un paseo político-militar. Dicho así, la cuestión no tiene vuelta de hoja y parece mentira que no se le hubiera ocurrido una solución tan elegante a Otegi y compañía en sus buenos tiempos. Más aún, una vez constatado que lo del tiro en la nuca y la bomba en los bajos del coche no consiguió el objetivo previsto de hacer una Euskadi libre, marxista, autogestionaria y feminista, y eso que ni siquiera tuvieron los malvados españoles que desplegar las Fuerzas Armadas en el Goyerri les bastó con la Policía Nacional, la Guardia Civil, la Ertzaintza y el sistema judicial. Pero qué quieren que les diga. Mentes preclaras como la de Maribel Vaquero nacen solamente una por cada generación. Sin embargo, encuentro un pequeño problema a la, sin duda, hábil estrategia de Vaquero, que me siento obligado a exponerles, por si pudiera servir de ayuda, al menos, táctica, a sus planes. Porque, dado el sistema previsto de reforma constitucional, parece demasiado ambicioso abordar una reforma de tan gran calado de la Carta Magna cuando solo se tiene el 1,12 por ciento de los votos en el conjunto del Estado –un 2,48 por ciento si le sumamos los de Bildu– y hay que recordar que la reforma exigiría un referéndum, con la participación de todos los españoles y sin las ventajas que concede a los partidos nacionalistas el actual sistema electoral, en el que con un 6,6 por ciento de los votos sumados en Cataluña, País Vasco y Galicia pueden condicionar la vida del 93,4 por ciento restante, aunque, claro, con la inestimable ayuda de los socialistas de Pedro Sánchez. Y créame que lo siento, señora Vaquero, porque por esa regla de tres otros podrían proponer unas reformas en la Constitución que derogaran la constitucionalidad del cupo económico vasco, el euskera como lengua vehicular de la enseñanza o, por poner un caso extremo, obligara a que todas las tortillas de patatas en las Vascongadas llevaran cebolla. Mejor nos quedamos como estamos, que ya llevamos 47 años de democracia con la Constitución y no hay manos como las de las vascas a la hora de cuajar una tortilla de patatas. Y uno odia que le pongan cebolla.