Aquí estamos de paso

Más que palabras

Asistiremos a la construcción de un nuevo orden mundial en el que el valor universal será la fuerza

Un líder político democrático no es necesariamente una persona juiciosa. Es más, lo más razonable es pensar que lo más alejado de la serena sensatez y el juicio equilibrado es precisamente la ocupación del liderazgo político. Y sin embargo, solemos tender a sobrevalorar el papel de los gobernantes con responsabilidad sobre nuestras vidas y haciendas. En particular, si sus ideas o decisiones coinciden con las nuestras o nos favorecen. Y más aún si están al frente de gobiernos poderosos. Si han llegado hasta allí con su esfuerzo y nuestros votos, no pueden ser unos irresponsables. O tendrán gente juiciosa alrededor que les frene sus desatinos. La historia está llena de errores de cálculo, pero decidimos ignorarla o creer que no se va a repetir. Y se repite. Durante un tiempo los más ingenuos biempensantes de entre la legión de sesudos analistas políticos han vendido, imagino que con el convencimiento al que obliga firmar los textos propios, que Trump no es un sujeto potencialmente peligroso sino alguien acostumbrado a negociar cuyos modales de matón pretencioso no buscaban sino amedrentar al de enfrente para ganarle la mano en la negociación. Que sus amenazas no eran sino una baza para empezar a hablar con ventaja. Exigencias de máximos, vamos. Que no pasaría de la fanfarria chulesca. Si no lo hizo en su anterior mandato, por qué ahora. Pues bien, a día de hoy, ha concedido la victoria de la guerra europea al agresor, ha roto la alianza militar estratégica de países occidentales democráticos, ha levantado aranceles imposibles a países vecinos y potencias, ha desplegado lo más parecido a deportaciones domésticas, y todavía se permite vender como posibles ensoñaciones de turismo de lujo sobre las tumbas de decenas de miles de personas al otro lado del Mediterráneo. Uno, que no es analista político y mucho menos sesudo, nunca tuvo dudas de que un tipo que es capaz de llamar al asalto del Capitolio a sus huestes, lo sería también de cumplir sus amenazas. Me recuerda a aquellos días previos a la invasión rusa de Ucrania cuando sesudos analistas políticos comprometían su finísimo olfato a la verdad incontestable de que Putin no osaría dar un paso más allá de su frontera. Tres años después estamos como estamos, con Estados Unidos aliándose con Rusia, y Europa pillada a contrapié y sin saber muy bien qué hacer más allá de cambiar el marco fiscal para que los todavía aliados podamos sacar dinero de debajo de las piedras con el que construir solos ante el peligro una barrera defensiva que impida o limite que Putin haga con nosotros lo que los sesudos analistas creían que nunca haría con Ucrania. No solo avanzó, sino que ha ganado la guerra y ahora es una amenaza real para nosotros. Es posible que lo de los aranceles sea un tiro en el pie del insensato megalómano que habita la Casa Blanca: ha reorientado él solito la proa del comercio internacional hacia China. Su economía se va a resentir, ya se lo ha dejado ver Wall Street. Pero mientras llega la crisis, asistiremos a la construcción de un nuevo orden mundial en el que el valor universal será la fuerza, las tiranías no tendrán freno y el sueño de un mundo global abierto y democrático se habrá esfumado, no sé si para siempre.

Una cosa buena tiene lo de Trump, eso sí. Propiciará que grupos como Vox se ahoguen en su propia contradicción y que en España puede que hasta tengamos la suerte de que el PP se aleje definitivamente de tan tóxicos compañeros de viaje.