Apuntes

¿Más tontos que un saco de piedras? No parece

Los arquitectos de la política arancelaria de Trump se habían hecho ricos con la Bolsa

Los estrategas de la política arancelaria de la Casa Blanca, como el vicepresidente JD. Vance o el secretario de Comercio Howard Lutnick, son gente de dinero, de mucho dinero, pero no, precisamente, vinculados a la economía productiva, la que fabrica cosas o cultiva alimentos, sino a la financiera, que hace cosas chulas con el dinero de los demás y juega en las ligas mayores. Vance, por ejemplo, tiene sus inversiones en los índices bursátiles del Dow Jones o el SP 500, más de un millón de dólares; ha declarado compras de bitcoins por valor de 250.000 dólares y ha invertido en bonos del Tesoro norteamericano y en oro en cantidades similares. Lutnick es consejero delegado de una firma consultora financiera, «Cantor Fitzgerald», ha declarado ingresos en 2024 de 200 millones de dólares y posee inversiones en distintos fondos del ramo. No son los únicos «inversores» millonarios que trabajan en el ala oeste de la Casa Blanca, pero sí los más directamente implicados en el engendro arancelario, junto con un tal Navarro, que se inventa nombres de economistas como fuentes autorizadas de sus libros y al que Elon Musk, que sí fabrica cosas, describió como «más tonto que un saco de piedras». Con este elenco sudando sangre cuando la Bolsa de Nueva York se iba al traste y perdía valor hasta el bitcoin no es de extrañar que al tío Donald se le aflojaran los esfínteres, dejándole el trasero imposible de besar hasta para la mexicana Sheinbaum –esa lideresa progresista que admite expulsiones ilegales de sus compatriotas, que hay que vender autopartes a los gringos–, y decidió suspender los aranceles durante tres meses, a ver si escampa, menos a China... a la que acaba de «indultar» sus exportaciones de chips, ordenadores, teléfonos inteligentes y otros productos electrónicos, que los Estados Unidos son incapaces de fabricar en el medio plazo, porque, economía financiera manda, a los genios que desarrollaron la informática les era imperativo deslocalizar la producción para abaratar costes –nada como una dictadura comunista para conseguir una mano de obra dócil y barata– y hacer subir el precio de las acciones, que los «inversores» son muy exigentes con los dividendos o, si no, se van a otros fondos. Y así estamos, querido Donald, que recuperar la producción industrial de los Estados Unidos es tan utópico como cuando nosotros teníamos Ensidesa, nuestros astilleros, subvencionados por el Estado, estaban entre los mayores fabricantes de buques del mundo y la Pegaso no tenía otra competencia que la Barreiros. Tiempos idos, querido Donald, tiempos, créame, que no volverán... Pero su problema más inmediato, la deuda pública asfixiante, que en buena parte está en manos de China, tiene una solución a la sanchista: cruja usted a impuestos a los ciudadanos de manera que no les queda otra que gastar menos y, como Sánchez, siga cabalgando sobre el tigre de la inestabilidad y la insensatez política, con lo que sus ciudadanos, acojonados, se dedicarán a ahorrar por si el asunto se desmanda y el felino se come al jinete. Porque otra posibilidad es desguazar algunos de los once portaaviones nucleares que tiene su Armada y que, a falta de grandes astilleros y con la escasez de ingenieros y técnicos navales se pasan más tiempo en dique seco que en el mar. Ahorre, hombre, en lo único que puede ahorrar... que, como sabe Putin, es más tiempo de baratos drones.