
El buen salvaje
McDonald Trump: pocos héroes para tanto villano
Nos trasladan los problemas pero pocas veces aciertan con las soluciones
La guerra arancelaria es tan estúpida como todas pero sin elementos épicos a los que asirse, pues no es lo mismo dibujar una lanzada espartana en la batalla de las Termópilas que la pizarra de taberna de Chiquito de Donald Trump. Lo último no incendia las redes con barricadas junior sino que convierte una pretendida hazaña en meme, ¿te das cuen? Sin embargo, con varios puntos en contra de Trump por no escenificar una imagen icónica como la de Iwo Jima, lo que ha dejado al descubierto el presidente naranjito no es su osadía sino las posaderas de los líderes que nos rodean o que, más bien, pretenden rodearnos, para que sintamos que los necesitamos como Dorita al mago de Oz.
Los economistas han explicado con otras pizarras las nefastas consecuencias de tan arrogante decisión y, mientras tanto, las Von der Layen (o aquí los Pedro Sánchez y no digamos «Obescal» al que ya no le vale marcar pectorales) deambulan como pollos sin cabeza o vacas sin cencerro, histéricos, sin saber en qué pizarra tienen que escribirnos ahora. Alguno hasta balbucea que dejemos de tomar McDonald’s y Coca-Cola, con lo que le gusta al pueblo una hamburguesa con sus patatas fritas. No digamos unas Nike y cualquier mémesis de «La jaula de cristal». McDonald Trump tiene las de ganar por ausencia de rivales. Al americano le encanta fotografiarse con boxeadores o campeones de lucha libre. El emperador, con los gladiadores. Sabe que Europa ha tirado la toalla y ya no suda.
La historia se repite. Sucedió algo parecido en la crisis de la Covid. Hemos dejado a un niño sin mucha pericia a los mandos de un gran buque que se dirige hacia el iceberg del Titanic. No aprendemos. Nos hundimos varias veces en el mismo barco. Los llamados líderes mundiales no llegarían a fin de mes si hicieran las veces de cualquier madre (o padre) que ajusta las cuentas de una familia cualquiera. Posan en las fotos como «top models», algunos con buena percha, el español, o con buen olor, como el francés Macron, embadurnado en perfume que empieza por Eau, pero cuando el niño se hace pis en la cama se lo hacen ellos también encima. Nos trasladan los problemas pero pocas veces aciertan con las soluciones. Así no saldría adelante ninguna empresa, imagínense ya un país entero o un continente. Las debilidades de estos son las fortalezas de los otros. No tenemos héroes, ni siquiera una parodia, para tanto villano. Ni se plantean ir a terapia. Las pastillas nos las tomamos los demás.
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