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En la mafia del trinque de hoy, intentan inútilmente esconderse tras una jerga: lo amarillo (el oro), los azules (la policía)… Pero las palabras hacen magia, tienen un poder asombroso
Cuidado con las palabras. «¡Quien lo dice lo es, con el cu** al revés!», cantaban los niños del posfranquismo. Cuando se insulta a alguien, las palabras gruesas que se le lanzan acaban calando en quienes las oyen, que llegarán a sospechar que si «te dicen tal, será que algo habrá ahí que resuena…». Las palabras sirven para la propaganda, para inducir y conducir a las masas. Para sugestionar a las masas y abusar de ellas. Para halagarlas y abusar de ellas. Para mentirles y abusar de ellas… Los antiguos, en su sabiduría, creían en el poder para invocar, herir o curar que tienen las palabras. Que llevaban razón lo demuestra, verbigracia, que en política se ha invocado al «fango» tanto, tanto…, que ahora mismo, quienes lo han hecho, tienen lodo para nutrir la Cloaca Máxima de la vieja Roma y exportar el remanente. Las palabras lo dicen todo. Incluso lo innombrable se refugia en las palabras. Por ejemplo, repasando viejas imágenes de no hace tanto, podemos oír: «Somos el nuevo Partido Socialista dispuesto a “combatir la justicia” (sic)», es lo que dijo Ábalos cuando aterrizaron en el Congreso como nuevo gobierno flamante y flamboyante. Y el lapsus era premonitorio, por lo que se ve. Estamos rodeados de tantas palabras que muchas veces cuesta distinguir unas de otras, a pesar de que es evidente que todas ellas tienen su efecto. La más mínima interjección en un pasillo del Metro lo tiene, ¿cómo no iba a tenerlo un discurso institucional…? Y mucho más, si se toma literalmente. Lo textual es importante, y los lapsus cantan más y mejor que Beyoncé o Dua Lipa. En la mafia del trinque de hoy, intentan inútilmente esconderse tras una jerga: lo amarillo (el oro), los azules (la policía)… Pero las palabras hacen magia, tienen un poder asombroso. Construyen el mundo, y lo pueden destruir también. A ver si el próximo año nos trae mejores palabras. Que no nos salpique el légamo procedente de la vida pública. Que ya tenemos bastante con la pecina diaria de cada cual.
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