Millonarios aburridos

Se cumplen estos días diez años de dos de las investigaciones más interesantes hechas en lo que va de siglo sobre los humanos actuales. Son las de Pinker en 2014 y la de Deaton en 2015. La primera demostró con una gran profusión de datos que la violencia había descendido progresivamente en las sociedades humanas desde el principio de la Historia. La segunda analizó datos de salud, riqueza y desigualdad en ese mismo período de tiempo y comprobó con números que habíamos mejorado. Añadamos a eso que, después de la propuesta de cambio de costumbres del último cuarto del siglo veinte, por fin se ha conseguido en las sociedades más avanzadas romper socialmente de manera mayoritaria el implacable y cruel tabú que pesaba sobre la homosexualidad desde hace cinco mil años. Es incongruente que, en la década que hemos alcanzado una capacidad digital de procesado de información como para tener pruebas fehacientes de esos avances, sea cuando más asustada esté la percepción humana sobre el futuro y sobre sí mismo.

Donald Trump podrá firmar aranceles a diestro y siniestro, intentar rebautizar las cosas y despedir a todos los que no le gusten. Creará un desorden inmenso en el cuarto de los niños. Pero lo importante es que la voluntad de orden, de mejora, que persigue el humano es claramente irreversible. Todos los mesías palurdos que van a aparecer en los próximos tiempos responderán al mismo patrón: ofrecer propuestas simplistas para el miedo de la población ante un universo cada día más complejo. Pero ninguna de sus medidas simplistas suprimirá la complejidad del mundo. Solo hay un remedio para vencer a la simplificación inútil, ineficaz y lerda: leer, leer y leer. Estudiar y estudiar. Leer a Pinker y a Deaton. El día que recomienden esa medida tan sencilla nuestros horteras mesías millonarios aburridos quizá consigan hacerme creer que se preocupan por la humanidad.