Apuntes
Montoro, el alguacil alguacilado
Es de justicia poética que el tipo que hizo de cada español un chorizo en potencia se vea ahora en un lío judicial
Ni la grima que produce la ministra Morant sobreactuando, casi pidiendo el frasco de las sales, mientras reclama la canonización de Pedro Sánchez; ni la perplejidad de descubrir que vives en un país donde un juez te puede abrir una instrucción secreta durante siete años, a partir de una denuncia anónima, sin que nadie notifique al acusado los cargos para que prepare su defensa, asunto que no mejoraría el propio Torquemada; ni la constatación dolorida de que la presunción de inocencia tiene menos valor que la palabra de un sanchista y que en estos tiempos de internet te pueden echar del trabajo y arrastrar tu nombre por el barro, sin que ni siquiera te haya tomado declaración un juez; ni la memoria fresca de aquellos medios progres que callaron como puertas cuando se perseguía a un periodista de derechas por denunciar lo que hoy publican con grandes aspavientos, conseguirán que se me borre la sonrisa con la que recibí la noticia de lo de Montoro. Es un caso excelso de justicia poética que el tipo que criminalizó preventivamente a los contribuyentes, que consideró a cada ciudadano español, por el mero hecho de serlo, un chorizo en potencia; que no tuvo el menor empacho a la hora operar en un sistema en el que el acusador, es decir, el funcionario de la Inspección Fiscal, puede reiterar la persecución ante los tribunales del inspeccionado porque, total, paga el Rey, esté metido en un lío de presunción de culpabilidad que se lo puede llevar por delante, por más que ya saliera absuelto de otro similar, que hay fiscalas, como los inspectores de Hacienda, que no te perdonan una derrota. Pero es que, además, Cristóbal Montoro, el de las listas públicas de morosos, discreto en los negocios privados, el debelador de evasores, fue el tipo que tiró por la vía fácil y nos crujió a impuestos. El tipo que mutualizó entre los españoles la deuda gigantesca de unos bancos dopados de ladrillo hasta la cejas, el que no se atrevió a entrar a saco en el desmesurado gasto público del gobierno anterior y, también, todo hay que decirlo, el que fue uno de los puntales del sorayismo, esa cosa sin ideología y con principios políticos eclécticos, poca dada a molestar a la izquierda vociferante de toda la vida, pero que tiraba de dossier contra los que sí defendían, con mayor o menor acierto, el mandato de sus votantes, casos de Aznar y Esperanza Aguirre. En fin, los mismos que se comieron el «procés» con patatas, mientras demostraban en los show televisivos su habilidad con el baile. Cuando alguien se pregunte cómo y por qué nació Vox, no tiene más que mirar en la dirección de Montoro y compañeros mártires. No es que quiera rebajar la inestimable participación de don Santiago Abascal en el advenimiento de don Pedro Sánchez a la gobernación de España, pero sí que debemos reconocer la parte del mérito de los sorayistas como Montoro allí donde se encuentre. Es de suponer que nuestro inefable inquisidor saldrá bien parado, aunque sólo sea porque el ejercicio de los lobbies en España no está nada bien regulado –si no que se lo pregunten a Pepe Blanco– y ya se sabe que los diputados votan las leyes que les pone delante el partido sin leerlas, no vaya a ser que les dé un arrebato con cosas como el «sí es sí» y se caigan de la siguiente lista electoral. Pero, mientras, no consigo que se me borre la sonrisa.