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Top Mantra

Racismo

A pesar de todos los problemas que engendra un fenómeno así, peligrosamente desordenado e inducido, conviene mucho, porque quien lo promueve se beneficia totalmente de él

Aumentar perceptiblemente la inmigración acrecienta el PIB, porque el crecimiento de población repercute en el consumo. Aunque no trabajen, los inmigrantes comen, gastan. La inmigración masiva se hace notar con rapidez. Pero, además, hay un negocio redondo alrededor: subvenciones, transporte de un lugar a otro, alojamientos, asociaciones, oenegés… Un aumento poblacional tan brutal e inmediato forzosamente se traducirá en problemas sociales: es imposible asimilar en tan poco tiempo a tanta gente «nueva». Los motivos son económicos, culturales, policiales… Además, por «buena gente» que sean esos inmigrantes, habrá un porcentaje inevitable de personas problemáticas, que generen conflictos o cometan delitos, tal y como ocurre en «todos» los grupos humanos, sin excepción, sean de donde sean, provengan de donde fuere, en cualquier lado del mundo, de toda raza, religión, condición económica… Y, cuando eso suceda, habrá entonces disputas sociales: rechazo vecinal, delitos, incluso disturbios… Prosperará un cierto clima de racismo aparente, a pesar de que en España el racismo no sea un problema. Al aumentar la sensación de rechazo y conflicto social, se darán episodios esporádicos de violencia, encontronazos... Con ello se producirá una reacción política consiguiente: quizás un aumento de la «ultra derecha». Ello ofrecerá una justificación en bandeja para quienes, desde la política, viven de la amenaza de la «ultra derecha ultra», del «fascismo», etc. Calificativos que se han quedado ya como «tibios» pues cada vez oímos más hablar de «nazis» (¡cielo santo!), dado que el fascismo les empieza a parecer «de centro» a quienes insultan y obtienen provecho de la amenaza fantasma «de la derecha». Así que la inmigración masiva y descontrolada sí sirve, y mucho: aumenta el PIB, proporciona estímulos para provocar reacciones supuestamente «racistas», incluso entre aquellos que jamás se habían planteado ser «racistas»; genera movimientos económicos que ofrecen una falsa sensación de crecimiento; refuerza las opciones políticas «anti-racistas»… Por tanto, a pesar de todos los problemas que engendra un fenómeno así, peligrosamente desordenado e inducido, conviene mucho, porque quien lo promueve se beneficia totalmente de él. ¿Y a quién beneficia, eh, a quién…? ¡Pues ya está!