Apuntes
El mundo, según Patxi
Nos gobiernan unos marxistas que consideran que el Estado es de su absoluta propiedad
Cuando Patxi tenía 20 años, el PSOE refundado en Suresnes, el de Felipe y Alfonso, para entendernos, se había pegado su segunda toña electoral contra la UCD, comandada por el último secretario general del Movimiento. Patxi ya militaba en el partido y hacía sus pinitos para cargo en las Juventudes con discreto éxito. Los socialistas, poco a poco, se iban convirtiendo en el partido hegemónico de la izquierda, pero Felipe, el único de sus líderes que ha mirado más allá del cuarto de hora, concluyó que para convertirse en la primera fuerza política española tendrían que dar un salto adelante, en el tiempo y en el espacio, y renunciar al marxismo. Entonces molaba la socialdemocracia y en Europa Occidental los viejos comunistas daban brazadas de ahogado con el Eurocomunismo o «marxismo de rostro humano».
Fue en un sarao en Barcelona, un año antes de la celebración del XXVIII Congreso del PSOE, cuando Felipe deslizó por primera vez la idea de que el partido abandonara sus fundamentos marxistas. Ignacio Varela lo cuenta por extenso en «Por el cambio» (Editorial Deusto, 2022), pero, en resumen, aquella declaración fue una bomba interna que, entre otras reacciones, dio lugar a una de esas notas, marca de la casa, elaborada por Alfonso, en la que se aseguraba que «queda, pues, claro que en ningún momento nuestro secretario general habló de abandonar el marxismo». Hay que suponer, las biografías cantan, que Patxi se encontraba entre los militantes que se tragaron la bola y que, luego, se perdieron la bizantina discusión sobre el marxismo como doctrina o el marxismo como método de análisis político y social. El asunto quedó zanjado con el «hay que ser socialistas antes que marxistas» de Felipe que, a la postre, abrió el camino del pacto del PSOE con la oligarquía surgida del franquismo y el proceso final de la Transición.
Patxi hizo carrera política –la otra no la terminó–, con 28 años ya era diputado en el Congreso, fue lendakari, presidió la Cámara Alta y, ahora, portavoz parlamentario del partido. Pero, y es una percepción meramente personal, sigue sin aclararse sobre la diferencia entre «doctrina» y «método», sin duda, porque a cualquier militante socialista que se precie esas sutilezas se le dan una higa. Patxi, con sus obras, sus palabras, sus gestos, nos confirma lo que ya sabemos: que la izquierda socialista entiende el Estado como patrimonio propio y la Administración como su hábitat natural. De ahí las dificultades de Patxi para entender la realidad fuera de su mundo y de la dialéctica amigo/enemigo. Y, claro, para Patxi, cuando en el horizonte aparece una amenaza capaz de alterar el orden natural de la cosas, es decir, que el PSOE es el Estado y el Estado es el PSOE, se le agolpan en la cabeza doctrina y método, y es capaz de soltar cualquier barbaridad sobre el contrario. Por lo visto, no le cae bien Feijóo, al que acusa de haber contemplado la amnistía con Junts «para alcanzar el poder a cualquier precio». Sería patético si no fuera porque Patxi está convencido de que el precio a pagar es justo si la adquisición la hace el PSOE, pero inmoral, si es el adversario político.
Y ahí reside el problema de esta pobre nación nuestra. Que nos gobiernan unos tipos que nos consideran a todos como de su propiedad, y al que se sale del surco lo muelen a palos dialécticos, que para eso son marxistas y el Estado es suyo.
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