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Naaadie...

En España quien tiene chófer y secretaria disfruta de una corte norcoreana de pelotas alrededor, sobre todo si los sueldos del chófer y la secretaria salen del erario público

«No tengo secretaria, no tengo a naaadie». Palabras grabadas en el memorial de la granja española contribuyente. Inolvidables lamentos lamentables de la subcultura político borriquera de esta época. Muchos hacen chanza con la frasecita, pero no tiene pizca de gracia. Entonada con voz grave, más honda que ronca, con un deje autoritario ribeteado de amenazador resentimiento. Dicen –no sé si es verdad– que el exministro que la pronunció estuvo próximo a la guerrilla colombiana del M19, que le apodan «El comandante» en Hispanoamérica y en su tierra natal. Quizás, entonces, ese tono de voz imponente se le pegó tras dialogar mucho con tipos siniestros encocados, armados con Ak-47. Da igual, pero el lamento del que ya no tiene chófer quejándose de que tampoco tiene secretaria («no tengo a naaadie») explica muchas cosas. Lo profirió recién desposeído del cargo, cuando las acusaciones por corrupción comenzaban a cercar a este experto en oenegés, de esas que luchan denodadamente por pillar subvenciones en vez de centrarse en el bienestar de la mosca braguetera filipina, como anuncian sus idearios. También tiene probada experiencia en la reconversión profesional humanitaria de señoritas de genealogía carnuda discutida y discutible en funcionarias inconcusas feministas. Análisis semiótico: el subtexto de esta frase legendaria, interjección de político expulsado del paraíso absolutista del poder, evidencia que estamos ante una persona acostumbrada a tener chófer, secretaria y, por consiguiente, mucha gente rondándole –«(ahora) no tengo a naaadie»–, pues en España quien tiene chófer y secretaria disfruta de una corte norcoreana de pelotas alrededor, sobre todo si los sueldos del chófer y la secretaria salen del erario público, dinero público que «sí» es de alguien: de esquilmados contribuyentes que se lo quitan de la boca a sus famélicos hijos para dárselo al fisco para que pueda costear chóferes, secretarias y aduladores a personajes que, fuera de la política, no le han dado jamás ni con un palillo de dientes al agua. Además, claro, de sufragar los imprescindibles presupuestos sociales: hospitales, colegios, carreteras, gastos de alterne…