El canto del cuco
La niña que cambiaron por una burra
La muerte de Acrijos y los pueblos de esta comarca, la más despoblada de España, donde Castilla pierde su nombre, se veía venir
Cualquier tiempo pasado no fue mejor, aunque los últimos sucesos políticos hagan sentir a muchos lo contrario. En «La Gratitud» de Fermín Herrero, el poeta castellano más brillante de su generación, se cuenta el caso de una niña que sus padres cambiaron por una burra. La llamativa historia sucede en la posguerra en Acrijos, un pueblo de las Tierra Altas de Soria, vecino del mío, lindando con La Rioja. Ahora está vacío. Cobijado en las entrañas del monte, en las estribaciones de la sierra de la Alcarama, al pie de la «Cabeza del Calvo», entre estepares, robles, sabinos y gayubares, es hoy un caserío fantasmal; yo lo recuerdo lleno de vida y de buena gente: humildes labradores de pegujales, cabreros, pastores de ovejas y leñadores. Don Matías Sáez de Ocáriz, cura del lugar y sabio historiador, descubrió la partida de nacimiento de un vecino de ese pueblo, del siglo XIV, que resultó ser una de las más antiguas de las que se tiene noticia escrita. Así que la existencia de este municipio viene de lejos. La muerte de Acrijos y los pueblos de esta comarca, la más despoblada de España, donde Castilla pierde su nombre, se veía venir. La historia de esta niña, que los padres dan en adopción a cambio de una burra por estricta razón de subsistencia, anuncia ya el final de una cultura milenaria. El gran éxodo rural llegó impetuosamente unos años después.
Fermín Herrero, pasados muchos años, se encuentra con aquella niña, transformada en madre de familia, que le cuenta su experiencia con gran entereza, sin avergonzarse de sus orígenes, en una confesión memorable. Y el poeta, que es de la tierra –los dos hemos sido allí niños yunteros–, la trasmite con el lenguaje justo, austero, pegado al terreno, sin un aspaviento ni un adorno inútil:
«Por una burra me vendieron, allá / sobre el año cincuenta, sólo le parecía / mal a la maestrilla, y qué. En casa éramos / muchas bocas, demasiadas. En el pueblo / no queda ni una en pie, ahora, qué murria / cuando vuelvo. El destrozo y el desamparo estaban / ya entre nosotros. A mis padres, que en paz / descansen, no les guardo inquina, entonces era / así. Sé que lo hicieron por mi bien. Mis hijos / no me creen, los pobres, por una burra me cambiaron».
No recuerdo que nadie criticara entonces esto en el pueblo. Eran tiempos de penuria y racionamiento. Niñas con catorce años iban pastoras o a servir. Sólo a la maestra le pareció mal.
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