Aquí estamos de paso
Nos están llamando
Quizá contando con el campo, con agricultores y ganaderos, con pastores o criadores, para elaborar las normas que les afectan, se podría mitigar el descontento
La ira del campo que estalla en Europa y llega aquí como coletazo inevitable, corre el riesgo de convertirse en herramienta de los agitadores de extrema derecha. Europa levantada por los antieuropeístas. El campo tiene razones suficientes para expresar dolor y rabia, para salir a la calle y elevar su queja al cielo o al Gobierno o a Bruselas, pero si se encauza la justa ira con palancas de agitación inadecuadas por su interesada radicalidad, estará más cerca del naufragio que del éxito. Leo que un sujeto relacionado con una empresa que soluciona problemas de vivienda a mamporrazos lidera las movilizaciones en España compartiendo cabecera con una ex dama de Vox habitual de las protestas de Ferraz. Ignoro hasta qué punto tal cosa es o no cierta, o, de serlo, qué peso real tienen ambos en las tractoradas que ayer pararon tráficos y cortaron calles por norte y sur, pero su sola presencia, unida a la constatación de que parte de las movilizaciones se ha gestionado a través del pásalo de internet con liderazgo de grupos desconocidos, resulta de verdad inquietante. ¿Tranquiliza el que las organizaciones agrarias clásicas, las que llevan décadas batiéndose el cobre como la COAG o Asaja aparezcan en la cabeza de la manifestación? Desde luego. ¿Evita el desasosiego de que se capitalice por el extremo de la derecha la justa protesta del campo en Europa? De ninguna manera.
Caer en manos del populismo es siempre un factor de riesgo porque uno no sabe cuál es su territorio y, por tanto, donde están sus límites. Parte de las quejas de los agricultores europeos tienen que ver con las trabas burocráticas y los demasiados requisitos que exige Europa. También con lo que estiman poca protección de la Unión frente a países con agriculturas menos comprometidas con la calidad del producto y de la vida de los agricultores. Toda la razón.
Pero hay también pancartas de inequívoco negacionismo o quejas sobre planes medioambientales de futuro que son más discutibles e imprecisas. También peligrosas. Por ahí se cuela la extrema derecha vendiendo realidades que son falsas o, siendo generosos, incompletas. La sostenibilidad ambiental es una virtud de supervivencia de cualquier política agrícola. A mayor claridad de aire y agua, a mejor valoración de los riesgos medioambientales, más futuro. Pero esa evidencia se nubla con algo en lo que quizá también debiera esforzarse más la propia Unión, o las legislaciones de sus países miembros: la realidad de leyes o normas que creyendo proteger vida animal o naturaleza regulan de manera inadecuada formas de trabajo en el campo. Quizá contando con el campo, con agricultores y ganaderos, con pastores o criadores, para elaborar las normas que les afectan, se podría mitigar el descontento. Escuchar la queja. Volver a mirar al campo. Abrirse de verdad a entender qué es lo que pasa, por qué razón se vacían los pueblos, de qué ausencias se alimentan las subvenciones, en qué olvidos se alimenta el desaliento.
Si sólo nos acordamos del campo cuando suenan los tractores, si después de esta oleada volvemos de nuevo a lo de siempre, manteniendo cerrada la despensa para abrirla sólo cuando la necesitamos o hace ruido, no sólo estaremos dando bazas al populismo destructor sino que seguiremos acabando con la riqueza del campo sin ser capaces de ver las devastadoras consecuencias que eso traerá.
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