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Apuntes

Ojo con la balanza de pagos que también va a peor

El ecosistema empresarial está machacado por una política fiscal que roza el suicidio

A los que crecimos en el tardofranquismo, los del baby boom que, según dicen, vamos a dejar sin pensión a los hijos, nos inculcaron la importancia de mantener una balanza de pagos con el exterior saneada y, en consecuencia, unas hermosas reservas de divisas con las que comprar el petróleo y otras cosas extranjeras que nos faltaban. No era una obsesión como lo del rumano Ceausescu, que dejó a la población sin un filete de vaca que llevarse a la boca, pero el régimen celebraba con satisfacción cuando vendíamos más a los de fuera de lo que les comprábamos, especialmente, en aquel año excepcional de 1973, cuando el acuerdo preferente con el Mercado Común. De ahí, que entre unirme a la denuncia del «si no quieres caldo, tres tazas», de la propuesta sanchista de la nueva fiscal general, que no deja de ser un juicio de intenciones por más progresista que nos resulte la señora Teresa Peramato, y comentar que se nos ha disparado otra vez el déficit comercial, prefiero esto último, entre otras razones, porque no me creo la excusa que han puesto en circulación algunos medios gubernamentales, la de los aranceles de Trump, si tenemos en cuenta que al resto de los socios europeos no les va tan mal como a nosotros y que hay un hecho incontrovertible: que desde que nos gobierna el señorito nuestra balanza comercial con China se ha deteriorado un 82 por ciento, lo que es una barbaridad, más si, como parece, tiene raíces políticas. El caso es que en los primeros nueve meses del año en curso, el desequilibrio exterior se nos ha ido al 3,5 por ciento del PIB, que el déficit comercial es de 41.106 millones de euros, un 52 por ciento más que en el mismo periodo de 2024, y que las perspectivas de mejora no son buenas. Y todo esto, mientras España bate marcas de ingresos por turismo exterior, que es el único sector que funciona razonablemente. Conocerán, sin duda, los lectores los problemas a medio y largo plazo de una balanza deficiente, pero los ha resumido muy bien John Müller, con cuatro décadas de periodismo económico en sus espaldas, cuando señala que «si el país vuelve a instalarse en déficits exteriores persistentes, se reduce nuestro margen de maniobra; dependemos más de la financiación externa, somos más vulnerables a shocks internacionales y perdemos capacidad para sostener la inversión y el crecimiento sin tensiones». Dicho en plata, una jodienda. La cuestión, que los forjadores de relatos monclovitas ocultan con esmero, es que a las empresas españolas cada vez les cuesta más competir en el exterior. Confluyen una serie de factores coyunturales, como el mayor proteccionismo de las economías emergentes, pero también la ineficacia proverbial de nuestro Gobierno, que no da una en su sitio. El ecosistema empresarial, en el que predominan las pequeñas y medianas empresas, está siendo asolado por una política impositiva que roza el suicidio económico y, además, con un mercado laboral tocado por la mano imprudente de la vicepresidenta Yolanda Díaz, que ha generado más de 9 millones de bajas médicas en 2024, con un coste de 33.000 millones de euros, y que, desde luego, no va a mejorar con el último trágala que prepara con el Salario Mínimo, que aprieta un poco más el dogal a los empresarios, paso previo a que venga la ministra de Hacienda con sus facturitas del IRPF. Sin contar que volvemos a importar petróleo y gas a manos llenas. No hay turistas suficientes en el mundo…