El bisturí

Óscar Puente, el Jon Rahm del progresismo socialista

Gestionar los transportes le viene tan grande como los campos de golf que patea

Si alguien confeccionara un ranking de los ministros más incompetentes en este primer año de sanchismo desde las elecciones, los que tienen encomendada la gestión de algunas de las parcelas públicas o sociales más importantes figurarían claramente a la cabeza, lo cual dice mucho de la realidad que enmascara este Gobierno que se autoproclama progresista para embelesar a los incautos. Del titular de Derechos Sociales, Pablo Bustinduy, no se recuerda por ejemplo iniciativa alguna que haya supuesto un avance social tangible para los sufridos ciudadanos, lo que ratifica la absoluta futilidad de su Ministerio pese al gasto burocrático que genera. Otro tanto podría decirse de la titular de ese Ministerio de nuevo cuño llamado a ayudar a la Juventud y la Infancia, Sira Rego; de la máxima responsable de Igualdad, Ana Redondo; de la titular de Vivienda, Isabel Rodríguez, o de la vicepresidenta Yolanda Díaz, cuya gestión del Trabajo y la Economía Social no está haciendo más que multiplicar las colas del hambre que creíamos extinguidas al finalizar la pandemia. ¿Puede citar alguien la conquista en este tiempo de algún derecho en materia de Igualdad o alguna dádiva social que no haya que pagar luego con creces por estar financiada a base de déficit? ¿Ha visto alguien alguna de las miles de viviendas para los jóvenes y las clases menos pudientes que prometió Sánchez en la última campaña? Con todo, hay dos ministros que se llevan la palma a la hora de medir la incompetencia en la gestión de lo público: los que más alardean, curiosamente, de abanderar su supuesta defensa. Se trata de la titular de Sanidad y pancartera mayor del reino, Mónica García, y del titular de Transportes y movilidad sostenible, Óscar Puente, el Jon Rahm del socialismo por su pasión desmedida por el golf, ese deporte tan del pueblo y tan progresista. Durante el primer año de mandato de la primera, se han batido todos los récords negativos en la sanidad pública española, esa que tanto promete apuntalar. Hoy, hay más pacientes en las listas de espera quirúrgicas y diagnósticas que nunca, la atención primaria funciona también peor que nunca, y los medicamentos innovadores llegan a los enfermos más tarde que nunca. ¿Qué hace ella? Escudarse en que las competencias se encuentran transferidas, lo cual es cierto, como también lo es la incapacidad de su Ministerio a la hora de ejercer el liderazgo territorial, batallar con el Ministerio de Hacienda por un incremento presupuestario acorde con las necesidades de los enfermos y sanitarios, o realizar una planificación eficiente de los recursos humanos que evite bochornos como los de este verano, por la falta de médicos y enfermeras en la mayor parte de la geografía. ¿Ha mejorado en algo la Sanidad pública desde que García fue nombrada ministra? No, ha empeorado en medio de una pasividad oficial manifiesta y desesperante. Peor aún es lo de Puente, al que gestionar los transportes le viene tan grande como los campos de golf que patea para meter la pelota en el hoyo a golpe de swing. Mientras el ministro hooligan intentaba lograr este verano un birdie o un eagle en esa praderas verdes regadas con generosidad, las Cercanías seguían sumidas en un búnker de arena, para desesperación de miles de viajeros. El ministro promete que la situación mejorará, pero como lo haga al ritmo de la reparación de los baches de las carreteras de la red nacional, vamos apañados.