El buen salvaje
Pablo Iglesias o cómo copiar (como un becario) a Federico
Ver a un macho alfa en el zoológico provoca una fisura deprimente en el análisis
Pablo Iglesias se siente guapo ante un micrófono. En el programa «La base», de su nuevo Canal Red, habla como si se atusara la melena que ya no tiene, gustándose, de la misma manera que los colocados bailan creyéndose sexys, castigadores del sonido. Da igual que su discurso sea de izquierdas o de derechas porque la producción, tan de teletienda, tan de esos canales religiosos, impide tomarlo en serio. Más bien al contrario. Lo interesante de Pablo Iglesias en televisión es que resulta decadente y no hay rayo más poético que el del que intenta ser aún lo que ya no puede ser. Una miss ajada, un gato sin botas, una Barbie calva. Pablo es un puesto de castañas en agosto. No deseo que le vaya mal, ni a él ni a ningún medio. Cuando empezamos en LA RAZÓN nos dieron veinticinco días y vamos a cumplir veinticinco años. Desde ese punto de vista, mi solidaridad. Pero ver a un macho alfa en el zoológico provoca una fisura deprimente en el análisis. Depende para qué, la edad, rezar desde el púlpito emérito, no perdona.
Es de suponer que está todavía preparándose para lo que ha de venir, el diluvio universal, el día en que Podemos se convierta en el Vox de Sumar. Pablo imita a un Ferreras con taza pero querría ser un trasunto de Federico Jiménez Losantos de la izquierda verdadera, solo que no es tan serio como para tomárselo con humor. Federico es grande siendo pequeño y Pablo es el chico del dúo sacapuntas se ponga como se ponga.
Las elecciones de mayo nos sacarán de (algunas) dudas. El horizonte podría despejar un gobierno del PP con apoyo de Vox, el momento que esperaría Pablo para alzarse como el altavoz de la izquierda insumisa ante las «barbaridades» que cometerá la derecha: enderezar la senda del déficit y esa prosa hirsuta. Aunque Pedro Sánchez consiguiera de nuevo el Gobierno (un extremo muy posible) no dejará ningún asiento al clan de Galapagar por lo que Iglesias tiene poco que perder. El mejor escenario para Iglesias, sin embargo, es que la dama blanca mordiera el polvo para convertirse en telepredicador como un Jorge Javier en la época en que «Sálvame» era un programa de «rojos y maricones».
Mientras tanto reza a su manera (todo el mundo reza a su manera) para que todas las predicciones se cumplan y que sus malas decisiones lo conduzcan a un lugar sagrado donde matar a la izquierda blanco nuclear que lo suple. Es fascinante comprobar cómo el borreguito lleva al lobo a su terreno sin que ni uno de sus mordiscos le duela. Pablo ya está en el aire pero no se huele.
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