Apuntes
¿Principios? Si no le gustan, tengo otros
En Estados Unidos los colaboradores de Donald Trump ya se han puesto en «modo Marlaska»
Donald Trump y Pedro Sánchez saben lo que es sentirse repudiados y despreciados por los propios y han comprendido que solo el cierre de filas, con ribetes de fidelidad perruna, lleva a un buen pasar en esto de la gobernanza, sobre todo, si las reglas, las convenciones y esas fruslerías que hemos dado en llamar ordenamiento jurídico se te ponen en contra. Por supuesto, no es lo mismo haber vencido por mayoría absoluta en las dos Cámaras y ser el boss de una república presidencialista que es la primera potencia del mundo, que ser el jefe de un gobierno en coalición con unos tipos que se parecen al ejército de Pancho Villa, en minoría parlamentaria y en un país del montón donde nada que tenga que ver con la administración pública funciona como es debido y todos, desde la élite funcionarial de los diplomáticos al administrativo de un ambulatorio, sabemos de lo que estamos hablando. Pero a lo que íbamos. Como viene sucediendo con Sánchez, que tiene a sus ministros como a esos ojeadores solo atentos a predecir por dónde rola el viento para cambiar sus sólidos principios –con momentos cumbres como la intervención en el Congreso de María Jesús Montero, ministra de Hacienda, en septiembre de 2024 a cuenta del cupo catalán–, también los chicos de Trump andan a tientas morales ante lo que se les viene encima, que es una política dictada por las filias y fobias del jefe, con un punto inexcusable de resentimiento –como ha podido comprobar Zelenski, el tipo que no le ayudó a hundir al hijo de Biden y, de paso, a su rival en la carrera a la Casa Blanca–, amén de las ocurrencias que le surgen entre el último sueño y el desayuno. De ahí, que conspicuos senadores republicanos se hayan puesto en «modo Marlaska», por entendernos, y se apliquen en la filosofía de los cambios de opinión, que, como decimos, el jefe es bastante rencoroso, hay que ver lo que ha hecho con el Estado Mayor del U.S. Army, y el precio de la vivienda se está poniendo imposible. Me gusta lo del senador por Carolina del Sur, Lindsay Graham, que de tildar a Vladimir Putin de «matón», «líder sin legitimidad» y «criminal de guerra al que hay que meter en la cárcel» ahora considera, canoramente, que las negociaciones son necesarias y abren una vía de oportunidad a la paz y los intereses de Estados Unidos, con las tierras raras de Ucrania. No es el único. También está John Thune, que encabezó la bancada republicana que desafió a Trump y votó a favor de librar un paquete de 60.000 millones de dólares a Kiev en asistencia militar y que exigía mano dura con Putin. Ahora, como un Patxi López cualquiera, se declara favorable, faltaba más, a darle una oportunidad a su jefe y a buscar una paz honorable con Rusia. Hay otros más, pero les ahorro el relatorio que, a medida que transcurren los días, se va alargando e irá a más, porque a ver qué pasa con el «ya no me interesa lo de Gaza» y «se van a fastidiar los egipcios y los jordanos, que les pagamos miles de millones de dólares y no quieren quedarse con dos millones de palestinos», que hay mucho congresista y senador admirador de las pirámides. Pero con Trump y Sánchez no son negocios. Como escribía en estas páginas Juan Dillon, no necesitan enemigos «sólo espejos que devuelvan su reflejo». Así que atentos, queridos ministros, que se avecinan tiempos revueltos y los vientos rolan sin avisar.