Tribuna

Regionalismo vs. nacionalismo (II)

Se introdujo el confuso término «nacionalidades». Fraga rechazó radicalmente este concepto. Porque, en su opinión, «dígase lo que se diga es sinónimo de nación»; y nunca admitió la idea de «España nación de naciones», que es lo que se pretendía

El nacionalismo es una ideología que se construye sobre una falsedad sentimental: la existencia de una nación. Con la promesa teológica de obtenerse la salvación en la historia, si se conquista el poder perpetuo y propio –no derivado de otro– de la soberanía (C. Schmitt). En España, además de ser una mentira, constituye un grave mal moral. La conservación de la unidad allá donde exista una nación, patria común de todos los que integran esa nación, debe ser un valor moral. Para Fraga la unidad nacional española era un tema con el que no se puede transigir. La conservación de la unidad donde existe realmente una nación es una obligación, no solo legal y constitucional de sus miembros, sino también moral; pues si la unidad es un bien, contribuir a ella es una virtud moral para con los demás, y la división un comportamiento inmoral. Este razonamiento era repetido constantemente por el político gallego a lo largo de toda su vida.

En nuestro país, cuando el independentismo postula la secesión atacando la integridad de una realidad nacional histórica preexistente más de quinientos años; se va en contra de un valor moral, además de inconstitucional: la unidad nacional. Que ha sido el eje sobre el cual ha pivotado el bien común de la sociedad asentada en el territorio del Estado español durante su historia. Y téngase en cuenta que solo el «bien común» –aunque se le llame «interés general» por quienes no creen en el bien–, justifica la política y la existencia del estado como «poder soberano organizado jurídicamente» (Jellinek). Contemplando esto, Fraga solía decir: «dado que el patriotismo es la virtud propia de un bien moral: el amor a la patria; la unidad de esta es un valor, no solo político y constitucional, sino también ético y moral». Por eso la soberanía solo corresponde a la nación unida en el territorio histórico del Estado Español.

Por el contrario, el regionalismo nunca supuso renunciar al reconocimiento de la soberanía de la nación española, y ampararse en ella para participar de un poder derivado de esta. Todo lo anterior se recoge en la Constitución española de 1978; ahora bien, de forma muy confusa. Fraga fue muy crítico en las constituyentes con la redacción del artículo 2º de la Constitución y sus consecuentes en el Título VIII. Su oposición la puso de manifiesto en la ponencia, en la comisión, y en el pleno de las Cortes constituyentes, en donde dijo: «lo que determinará el éxito o fracaso, a juicio de la historia, de nuestra Constitución, es precisamente esta cuestión capital». El borrador de art. 5º que Alianza Popular presentó a la ponencia constitucional –actual artículo 2º–, decía así: «5º. 1. El Estado español, uno e indivisible, reconoce y fomenta las autonomías regionales, provinciales y locales; practica en sus propios servicios la más amplia desconcentración y tendrá en cuenta en toda su legislación los principios de autonomía y descentralización. 2. El estado tutela con normas adecuadas a las minorías culturales y lingüísticas». «Con aquella redacción quedaba garantizado el principio de unidad del Estado y a la vez claro el regionalismo y los principios de autonomía a todos los niveles con expreso reconocimiento de las particularidades culturales», escribe Fraga.

Fue rechazado, y se introdujo el confuso término «nacionalidades». Fraga rechazó radicalmente este concepto. Porque, en su opinión, «dígase lo que se diga es sinónimo de nación»; y nunca admitió la idea de «España nación de naciones», que es lo que se pretendía. Este tema se agravó, además, con la redacción de varios artículos del título VIII, y con la amenaza de la unidad del Estado a causa de los nacionalistas con la complicidad de la UCD y el PSOE. El tiempo le fue dando la razón.

No obstante al final de su mandato en Galicia utilizo el término «nacionalidad histórica» en alguna ocasión para referirse a su región autonómica. En nuestras conversaciones finales le pregunté sobre esta paradoja. Recuerdo con claridad su respuesta: «Mi querido amigo, a estas alturas nosotros no vamos a ser menos; al cabo, es una cuestión nominalista…. Por cierto el nominalismo de Ockham fue probablemente el origen de todos los males». En fin, genio y figura

En su homenaje académico en 1997 se refería así a su comprensión de la Nación Española: «Siempre he visto a España como una unidad. Porque España fue antes y sigue siendo ahora para mí, el proyecto sugestivo de vida en común denominado España; la unidad de destino universal llamada España; la monarquía federativa y misionera que lleva secularmente el nombre de España. Pero también he visto siempre a España como una variedad, porque ella lo es, como lo enseña la sucesión de etapas que muestra la historia del pasado y como lo confirma la sucesión de chequeos que arroja el análisis sociológico actual».