Tribuna
El relato americano
Con el Sr. Trump estamos presenciando un asombroso intento de fabricar un relato de lo que ellos llaman América
Todos necesitamos un relato histórico que nos ayude a interpretar lo que somos, a lo que podemos aspirar. La herencia colectiva recibida. Entre aquellos que piensan parecido dentro de una misma nación, este relato –siempre subjetivo aunque idealmente basado en hechos acreditados– nos permitirá vivir juntos y ambicionar metas comunes. La Historia trata de describir los acontecimientos pasados, pero solo puede especular sobre aquello que querían o por qué lo deseaban sus protagonistas. Con el Sr. Trump estamos presenciando un asombroso intento de fabricar un relato de lo que ellos llaman América, y más modestamente deberían denominar tan solo EEUU, que sustituya al que hemos venido aceptando hasta la fecha. Hay que reconocer que Trump es mejor destruyendo que edificando; sus motivaciones e instintos son más personales e intuitivos que racionales o ideológicos. Pero está arrastrando al mundo hacia algo desconocido. Hoy con estas líneas no intento descifrar hacia dónde nos quiere conducir; tan solo describir cómo trata de manipular a sus conciudadanos con un imaginario para recuperar su pretendida grandeza perdida. Y lo está intentando gracias a un espectacular dominio de las técnicas modernas de comunicación social junto a una total falta de escrúpulos éticos.
Las principales tres áreas sometidas a reinterpretación por la administración Trump son la esclavitud y su derivada, la Guerra Civil norteamericana; la aniquilación de las tribus –hoy podríamos denominarlas naciones– indias y, finalmente, la inmigración, especialmente la hispana. Las élites venían realizando últimamente –antes de Trump– un gran esfuerzo para aceptar estos tres fenómenos en sus justos términos, reconociendo la culpa asociada que sus antepasados norteamericanos tuvieron. Los esclavos negros fueron históricamente parte imprescindible del sistema agrario del Sur y, por lo tanto, vitales para su economía. Que su Declaración de Independencia ya en 1776 estableciera que todos los hombres habían sido creados iguales evidentemente no preocupaba a los sureños blancos y así se llegó a la guerra civil. Pese a ser ganada por el Norte, las heridas morales infligidas a la población negra han venido siendo persistentes y llegan hasta la actualidad, aunque algo atenuadas. Esto intenta ser negado por Trump, que está tratando de desmontar los sistemas de diversidad. Las masacres de las tribus indias fueron verdaderos intentos de genocidio –en fraseología moderna– y no tuvieron nada que ver con la asimilación y mestizaje que practicó la monarquía española algo más al sur. Hollywood está haciendo una meritoria labor al describir la fiera –pero entendible– defensa india de su territorio y modo de vida y no centrándose únicamente en describir, como en el pasado, al vaquero como ideal de autosuficiencia y valor. Los EEUU han sido básicamente forjados por emigrantes. Los iniciales de habla inglesa no acogieron muy bien a los europeos que siguieron. Pero con los hispanos, que han llegado mucho más tarde, aunque son parte imprescindible de su sistema económico, la discriminación es patente. Ante el fallo de evolución de los trabajadores nativos frente al fenómeno de la globalización y la digitalización de la fabricación, la administración Trump intenta culpar y expulsar sucintamente a los hispanos, residentes legales incluidos. La tradicional doctrina Monroe ha tratado de justificar pasadas intervenciones imperiales de EE.UU. en la América Latina, pero al parecer no le sirve a Trump en sentido inverso con la inmigración.
El nuevo relato de Trump para triunfar y sustituir a lo que ha sido hasta hace poco la explicación de cómo son los norteamericanos ha tenido que atacar los baluartes que construyeron y defendían las anteriores creencias. Las universidades, empezando por la de Harvard; los museos, los Smithsonianos especialmente; los centros culturales tales como el Kennedy Center; la arquitectura de los edificios oficiales, las estatuas y los monumentos; los parques nacionales y un sinfín de símbolos que llegan incluso a Disneylandia, los deportes o a los carteles de los restaurantes son nuevos blancos de la ortodoxia MAGA. Una ofensiva tan amplia y virulenta tiene que incluir entre sus objetivos algunos más justificados o entendibles. Por ejemplo, la política «woke» de la anterior administración demócrata y el concepto del sexo como algo circunstancial y opcional habían excedido claramente la tolerancia de la clase media norteamericana y estaban pidiendo a gritos ser rectificados. Pero incluso aquí la garantía que puede ofrecer un personaje vengativo y sin escrúpulos como apóstol de la regeneración moral de la sociedad norteamericana es cuestión claramente debatible.
A lo largo de mi carrera he estado destinado en los EEUU cuatro veces donde he vivido con mi familia y se han educado nuestros hijos. Tengo muchos amigos –civiles y militares– norteamericanos y guardamos recuerdos imborrables de aquellos años. Cuando en España me preguntaban hace años cómo era América, yo solía abreviadamente contestar: grande. Las personas que tratábamos eran patriotas que naturalmente querían lo mejor para su nación, pero admitían sus errores históricos. A la vez pensaban que ayudar a sus aliados y amigos iba en su mayor interés. Temo que, si el Sr. Trump triunfa con su relato, van a ser menos comprendidos y queridos en el futuro.
Ángel Tafallaes Académico correspondiente de la Real de Ciencias Morales y Políticas y Almirante (r)