Aunque moleste

Réquiem por la alianza kleenex

Campaña a la desesperada de Sánchez para frenar su caída borrando del mapa a todo cuanto hay a la izquierda

Lo dijo el otro día Andoni Ortuzar, presidente del PNV, al comentar su decepción con Pedro Sánchez, «que nos usa y nos tira como a un kleenex». En efecto, esa es la sensación que tiene la mayoría de los caídos por obra y gracia del presidente. Ahora le va a tocar el turno a Podemos con Sumar y asociados, igual que antes lo fueron sus colaboradores más cercanos, empezando por Maxim Huerta y continuando con Campo, Calvo, Ábalos o Iván Redondo.

En los predios indepes de la ERC gente tan célebre como Gabriel Rufián o Pere Aragonés han padecido a veces el síndrome del pañuelo usado, de esos que tiramos por docenas al basurero, cada vez que el aliado monclovita tomaba decisiones sin consultar, llevándoles a escenarios incómodos de difícil justificación ante los suyos. Se entiende que los pactos lo son para cumplirlos, no para saltárselos al capricho de una de las partes, ejerciendo el papel de marido machista en la farsa de la perfecta casada. Pero ellos son así, y así han ejercido a lo largo del largo quinquenio del sanchismo Frankenstein. Moncloa decidía cualquier ocurrencia e invitaba a los afines a sumarse por la vía urgente del decreto-ley, ejerciendo más como comparsas de conveniencia, sin derecho de reciprocidad, que como miembros de un gobierno bien cohesionado.

Cierto que Sánchez se ha consolidado como un especialista en muñecos rotos. Hace unos días su apuesta era Yolanda, pero Yolanda ya le sobra. Igual que las belarras de Podemos con Iglesias. Ahora lo que quiere es afianzar su imagen de único líder confiable de la izquierda extrema y de la extrema izquierda. Confiable es mucho decir, pero es verdad que el presidente está entonando ya el réquiem por su alianza kleenex. El voto útil se llama PSOE y se llama Sánchez. Todo lo demás es tirar los sufragios al sumidero. Vuelta al bipartidismo y a los debates cara-a-cara con el candidato del Partido Popular. No uno ni dos, sino hasta seis. Cada semana y cada lunes, aunque bien se le podía haber ocurrido uno por día. En invenciones y ventoleras el presidente no tiene parangón. Supone el hombre que Alberto Núñez Feijóo va a hacer lo que su señoría le ordene. Igual que los demás partidos. O los medios a los que en estos años despreció. En materia de arrogancia hay que reconocerle total supremacía. Tal vez sea eso parte de la envarada aureola que le persigue. Su bien ganada fama.

Pero él y los suyos lo tienen claro: hay que copar la televisión para vender a la gente lo que no compra la calle. Su imagen a la intemperie está demasiado expuesta al griterío. No entiende la masa que, teniendo como tiene este Gobierno, o eso pretende, unos datos económicos inmejorables, haya una mayoría que apueste por Feijóo. Tal vez sea porque hay ahí más marketing que realidad. Demasiado empleo precario presentado como fijo. Una inflación acumulada al 16, pese a que ahora esté en el tres. El crédito inaccesible. La vivienda por las nubes. El dinero europeo que nadie sabe dónde está, según la alemana Hohlmeier. Fritos a impuestos para sufragar ocurrencias y chiringuitos varios. A esto el director de la tramoya le llama gestión inconmensurable. Otros prefieren hablar de fiasco.