El buen salvaje

Los ricos de Davos quieren chupar el agua en la bañera

Los que anhelan que gane Donald Trump no son los ricos, queridos camaradas socialistas, sino los pobres que habéis ayudado a aumentar

Los ricos también lloran. La frase preferida de los pobres. Durante varias décadas nos enganchamos a películas o series en las que los ricos lo pasaban mal porque el dolor nos hacía iguales. Por aquel entonces la catadura moral de la clase pudiente no difería mucho a los ojos de los más «desfavorecidos» (¿pueden cambiar esta palabra de la Constitución si es que existe?) Ahora, sin embargo, los ricos son deplorables, gordos insectos que vomitan una pus piojosa, personajes torcidos a los que se odia en toda su dimensión vegana y metanfetamínica. Los propios ricos, que son quienes ponen la pasta, permiten que las películas o las series más populares hagan una terrible semblanza de ellos. Son lo peor de la Tierra y parte del universo desconocido. Los ricos (los ricos de verdad, no los que dice el pedigüeño Gobierno de España) saben que en este fin del mundo están muy mal vistos porque las élites engordan su patrimonio casi hasta el infinito mientras las clases medias se empobrecen sin remedio. ¿Cómo no odiar a los ricos? Por eso tienen éxito, además de por un guion excelente, series como «Succession» o películas como «Saltburn» en la que los ricos son lo peor y además, también, los que quieren serlo, y son capaces de chupar el agua que queda en una bañera después de que se haya masturbado un pijo. No hace falta que la vean. Creo que ya lo han comprendido todo.

Así se entiende toda esta corriente rica que se retrata en Davos, lo mismo con Pedro Sánchez que con Milei, carajo mucho mejor peinado que en Argentina, que pide pagar más impuestos. Los cachorros de las grandes fortunas, los que no han sudado el dólar, quieren hacerse perdonar sus cuentas corrientes, tal vez por remordimiento como dicen algunos, o tal vez porque saben que si siguen ofreciendo pasteles al pueblo acabarán en la guillotina y mejor poner antes remedio.

Si yo fuera rico estaría tan tranquilo, tipo Bill Gates, así como con un porro, porque gozaría del dinero a la vez que advertiría de los delirios del cambio climático y de los populismos. Ahí está la contradicción: los que anhelan que gane Donald Trump no son los ricos, queridos camaradas socialistas, sino los pobres que habéis ayudado a aumentar. Son los ricos los que quieren que les vean, asquerosa y repugnantemente, chupar el agua de la bañera. Chuparse a sí mismos. Como en Davos donde, cuentan, las putas están por las nubes. Los ricos no necesitan alquilar los servicios de una o de un «scort», ya los llevan puestos. Ir de putas es de pobres.