Aquí estamos de paso

Sacudirse las rémoras

Advierte Yolanda Díaz que la solución no es armarse, pero no ofrece una alternativa a la amenaza rusa

Cuando en las semanas previas a octubre de 1917 el tocayo de Putin, Vladimir Illich Uliánov, Lenin para la Historia, escribió en Finlandia «El Estado y la Revolución» como un manual para el desarrollo del proyecto que en agosto había empezado su andadura, no creo que imaginara que un siglo después y pese el estrepitoso fracaso de su proyecto decimonónico quedara todavía gente leída que creyera ciegamente que su revolución seguía aún pendiente. Menos aún como parte de un gobierno socialista burgués de la Europa postcomunista. Escribió Lenin: «Este socialismo de palabra se distingue por la adaptación vil y lacayuna de los jefes del socialismo no solo a los intereses de su burguesía nacional sino a los de su Estado, pues la mayoría de las llamadas grandes potencias hace ya largo tiempo que explotan y esclavizan a muchas nacionalidades pequeñas y débiles». No me diga, amable lector o lectora, que no resulta enternecedor el ajuste que esta afirmación encuentra en la dialéctica maximalista y gritona que actualmente maneja la izquierda a la izquierda del PSOE. Cierto es que la condición humana no ha variado demasiado, como nos enseña la literatura, la buena literatura, desde antes de Cervantes y Shakespeare, y que en el mundo presente los populismos brotan y crecen porque la democracia liberal, que creyó que la caída del comunismo daría paso a un mundo más próspero y feliz, ha sido incapaz de ofrecer respuestas medianamente sensatas a las crisis de los últimos treinta años. Pero seguir manejando esa dialéctica viejuna de que el estado capitalista y las potencias imperialistas cercenan las posibilidades de autoafirmación y crecimiento de la clase obrera, con el añadido cosméticamente modernizador de que la carrera armamentística es mala per se, independientemente de cuál sea su objetivo, no es precisamente una aportación inteligente y eficaz a lo que emerge ante nosotros. Insiste Yolanda y advierte el resto que la solución no es armarse, pero no ofrece una alternativa a la amenaza rusa o el abandono norteamericano. Nos escandalizamos ahora de la mirada trumpista a la guerra en Ucrania pero esta izquierda de gobierno lleva tres años proclamando que armar a los agredidos era una política que dificultaría la paz. Lo cual evidencia cuál es su idea de paz: la victoria del agresor, del más fuerte, del matón que empieza la violencia. Déjese usted matar y no moleste, oiga. O sea, como Trump.

No hay una fórmula clara ni un camino fácil. Lo que hay y lo que viene exige realismo, compromiso y, si me apura usted, hasta imaginación. No viejos clichés, no miradas que han muerto después de más de cien años, no equidistancias que alientan la desigualdad del más débil o del que no es de mi cuerda. Es tiempo de responsabilidad y acuerdos, de saber dónde se está y cuál es el peligro. Más de la mitad de la población española –un 52 por ciento, según las últimas encuestas– es partidaria de aumentar el gasto militar. La izquierda puede seguir con su nostalgia de imposibles y su incoherencia de mantenerse en un gobierno con discrepancia tan honda como la presente. En el fondo importa poco porque su posición está condenada a la irrelevancia. Lo que cabe esperar, aunque hoy sea impensable, es que los dos grandes partidos con posición y experiencia de gobierno sean capaces de ir de la mano al menos de fronteras afuera. No hablo de una gran coalición, aquí imposible. Simplemente saber leer las señales, y buscar un entendimiento ante lo que viene. Empezando por sacudirse las rémoras que cada cual, de momento, sigue necesitando.