Los puntos sobre las íes
Sánchez se hace «un Pablo Escobar»
Que se preparen la madre y el padre de Ayuso, cuya memoria intentarán desenterrar para volverla a ensuciar
Pablo Escobar, el tipo más malo del mundo-mundial, solía echar mano de una frase que daba miedo al miedo: «Usted se mete conmigo y yo le mato el perrito, el gatito, los papás, los hijitos y la abuelita. Y si ya está muerta, la desentierro y se la vuelvo a matar». El aludido nunca se tomaba la amenaza a broma teniendo en cuenta el historial del personaje. Para un tipo que es capaz de bombardear el Palacio de Justicia de Bogotá y de hacer saltar por los aires en pleno vuelo un Boeing de Avianca, amenazar a un pobre desalmado con quitar de en medio a toda su parentela debía de ser como para cualquiera de nosotros coger el metro o comprar el pan. Lo más normal del mundo.
Pedro Sánchez no es, obviamente, un asesino, menos aún un narcotraficante, pero sí guarda un común denominador con el narco antioqueño: si te coge la matrícula, prepárate tú y los tuyos. El subordinado de Puigdemont es mal enemigo por dos razones: porque goza haciendo el mal y porque si algo hay que reconocerle es que es peleón como él solo. Que cuando la bendicen algo debe tener un agua llamada Isabel Díaz Ayuso lo certifica no sólo el unánime aprecio popular, que le ha hecho pasar de 30 escaños a 70 en menos de tres años, sino el odio sarraceno que le profesa el marido de Begoña Gómez.
No puede con ella. Es su bestia negra, entre otras razones, porque lleva intentándola eliminar y derrotar desde que era candidata, sin éxito alguno, y porque triunfó en la pandemia mientras él batía récords de muertos e infectados. Debe ser muy duro para Narciso Sánchez contemplarse extasiado en el baño, preguntar en voz alta quién es el alma más bella del reino y encontrarse con que el puto espejo le escupe sistemáticamente el mismo nombre: «Ayuso». Por eso lleva cinco años intentando asesinarla civilmente por la vía de disparar a toda su estirpe al más puro estilo Escobar.
La primera víctima fue su difunto padre, Leonardo, al que acusaron de haberse beneficiado de ayudas públicas en 2011 para reflotar la empresa que compartía con sus socios gracias al dedazo de su hija. Un mero análisis temporal permite colegir que era una trola como la copa de un pino: por aquel entonces Isabel Díaz Ayuso era una don nadie en el PP madrileño. Tenía 33 años y ni estaba en el primer plano ni se la esperaba. No debió ser un chollo toda vez que su madre continúa 13 años después con la pensión embargada por culpa de aquellas deudas.
Luego la balacera se cebó en Tomás, el hermano, al que entre Producciones Moncloa y el Circo Casado-Egea acusaron de haberse llevado 234.000 euros por la venta de mascarillas a la Comunidad durante la pandemia. En realidad él trabajaba para una proveedora habitual de la Consejería de Sanidad y no eran 234.000 euros sino 50.000. Por mentir que no quede.
Y ahora la Camorra monclovita la ha tomado con su novio, Alberto González, que ha sido víctima de un delito cometido por la vicepresidenta Montero y la Fiscalía de Madrid: la filtración de una inspección de Hacienda en la que le exigen 350.000 euros. Objetivo: destruir a Ayuso pese a que durante tres cuartas partes de las presuntas infracciones ni salía con Alberto y pese a que nunca ha contratado con la institución que preside. Ahora que se preparen la madre y el padre, cuya memoria intentarán desenterrar para volverla a ensuciar. Así se comportan las mafias, en Colombia y en España.
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