
A pesar del...
Santaella, a cuerpo de virrey
Quienes han visitado esas tierras que integraron España, o la monarquía católica, ratifican esa admiración por su majestuosidad, antes y después de la llegada de los españoles.
La grandiosidad de la América hispana es captada por Joaquín Santaella de aquí a Lima, que fue, justamente, el viaje que hizo y que relata con destreza y humor en A cuerpo de Virrey. Un cronista español en Perú a la sombra del nobel, en Ediciones El Viso.
Dice: «En España y en Europa tenemos lo que tenemos en cuestión de maravillas, claro que sí, quién lo duda, pero siempre nos topamos aquí [en el Perú] con un factor de apabullante distinción. Me refiero a la magnitud. Al tamaño. A las proporciones… o como quiera que llamemos al hecho de estas distancias de una punta a otra en cuyo aire uno se pierde».
Quienes han visitado esas tierras que integraron España, o la monarquía católica, ratifican esa admiración por su majestuosidad, antes y después de la llegada de los españoles, que Santaella subraya no solo en construcciones y paisajes desde el mar hasta Cusco, sino en todo. Por ejemplo: «El Club Nacional es la expresión más ambiciosa, monumental, apoteósica y rimbombante de eso que hablábamos páginas atrás sobre la tradición de corte en esta ciudad de Lima, joya que fue de la corona del Imperio como queda dicho aquí por activa y por pasiva».
Cabe comparar el libro con Cartas de Sotogrande, que reseñamos en estas páginas hace tiempo –véase «Sotogrande y Santaella», aquí: https://bit.ly/41TZRD4. Aparentemente, no pueden ser más diferentes, porque uno capta la espectacularidad del Perú y el otro repasa los quehaceres y esparcimientos de un puñado de personas en una urbanización, o pueblito, o asentamiento, o lo que sea la linda Sotogrande, en el Campo de Gibraltar.
Y, sin embargo, la maestría de Joaquín Santaella enlaza ambas obras, por su capacidad de trazar retratos precisos e intimistas de la realidad. Además, Santaella vive en Sotogrande desde hace décadas, y, como es sabido, quien conoce su pueblo conoce el mundo.
En este cuadro del Perú, pintado a la sombra de Mario Vargas Llosa –y con bellas ilustraciones de Estrella Fernández-Martos– hay excelentes semblanzas de hombres y mujeres, empezando por doña Mara Ucovich de Montagne, «Espiga Croata, o Hada Madrina, o Pajarillo de los Andes o como quiera la señora que llamemos a la flor de la Dalmacia». Fue su anfitriona en Lima, es ahora su vecina, y le dedica el libro, como debe ser, porque lo trató a cuerpo de virrey.
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