El buen salvaje
La semana en que Yolanda Díaz se hizo la rubia
La sonrisa de Yolanda Díaz está detrás de los más de mil rebajas de penas a agresores sexuales, pederastas, violadores y la madres que los parió. Eso es lo que por ahora suma
La ola progresista, la que iba a parar a la otra ola, la reaccionaria, se ha quedado en unas ondas como para el pelo de Yolanda, ahora que comparte peluquería con Irene Montero. La playa se quedaba pequeña para dos hembras alfa que se citaron con un cuenco de tinte entre ambas mientras que Iglesias, ya el hombre sin atributos, lloraba amargamente a lo Boabdil como reza la leyenda que hizo cuando perdió Granada: «Llora como mujer lo que no pudiste defender como hombre». Cosas del heteropatriarcado con turbante.
Las dos hembras dejan palpablemente claro, se puede tocar, que si el heteropatriarcado es tóxico el femitriarcado es el escape nuclear que busca Putin de la central de Zaporiyia. Si ya hasta los vaqueros son gays, como filma Almodóvar, solo puede haber un duelo al sol, a lo Johnny Guitar («Miénteme, dime que me has esperado todos estos años») entre Joan Crawford y Mercedes McCambridge, que más que odio parecía que le ponía la Crawford vestida de hombre, travestida, o sea.
Al final, Yolanda Díaz se hizo la rubia ante el electorado, por algo la frase nunca fue inocente, y por eso Marilyn Monroe acabó muerta puesta de pastillas, aunque por dentro tuviera una larga barba negra. Aún pensará Yolanda, como si realmente fuera rubia, que la gente, esa a la que acuna en sus discursos de una insoportable lentitud, cree que es una buena chica y no una soberbia «killer» política que se ha cepillado a los Ceaucescu. Otra comunista vendrá que la llevará a la hoguera por bruja: lo mejor que hace un comunista es purgar a otro.
Yolanda Díaz ha sido cómplice de todas y cada una de las barbaridades que ha perpetrado Irene Montero. Votó a favor de su ley del «sólo sí es sí» y luego, a la vista del desasosiego de la gente de verdad, no los muñecos a los que cree que habla, votó en contra de la corrección socialista de esa ley. Por tanto, la sonrisa de Yolanda Díaz, ese gato de Cheshire, está detrás de los más de mil rebajas de penas a agresores sexuales, pederastas, violadores y la madres que los parió. Eso es lo que por ahora suma. Sin embargo, veta a la todavía ministra de Igualdad porque «resta».
Yolanda tiene idéntica responsabilidad, tal vez más cuando hemos sabido que todo era una pantomima mientras urdía su plan para acabar con el mito de la mujer serpiente y el Adán de la nueva izquierda que, al cabo, no aprendió nada de «Juego de tronos» que no descubriera cualquier adolescente adobado ante los pechos de la reina de dragones. Y es que al final todo era paja.
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