Quisicosas

Shalom, la paz contigo

El ataque de Hamás puede parecer suicida, pero los terroristas –lo sabemos en España– precisan de la muerte para seguir cobrando

La alarma del móvil se le disparó a Iafi Shpirer en la aplicación de seguridad. Los kibutzim lindantes con la Franja de Gaza estaban siendo asaltados. «Este gobierno estaba inmerso en la arrogancia y no se dio cuenta de nada». Sonaron las sirenas y corrió al refugio: «A 200 metros de mi cocina, los terroristas recorrían la carretera». Mientras pasaban los proyectiles, destruyendo huertos y campos, casas y almacenes, la memoria se le fue a la joven de 17 años que fue y que dejó Argentina inflamada de ideales sionistas socialistas, esa película en blanco y negro de pantalones vaqueros, barbas y cadencias hippies. El kibutz de Nitzanim, donde ejerce como terapeuta, alberga 210 familias. Hace ya una vida que se casó con su marido israelí y parió tres hijos varones que le han dado cinco nietos. Apiñados en el búnker, miró los rostros de los 15 trabajadores palestinos que colaboran en las tareas agrícolas. «Están aterrorizados, no pueden regresar a la Franja porque tienen miedo de los terroristas». Árabes y judíos forman una misma urdimbre en la vida de muchos colonos. «Tengo amigos palestinos en Cisjordania, ayudo a mujeres en Gaza» y las lágrimas le mojan la conversación cuando recuerda a esas chicas que soportan una triple esclavitud: la de sus maridos, la de los terroristas de Hamás, la del combate con Israel.

La guerra se decide muy lejos de Nitzanim o Gaza. En lugares protegidos y cómodos del extranjero, desde los que trabajadores y familias son meros peones de ajedrez. La amistad de Iafi con esas mujeres, el trabajo de los palestinos en el huerto de su marido no significan nada. El ataque de Hamás puede parecer suicida, pero los terroristas –lo sabemos en España– precisan de la muerte para seguir cobrando. Gracias a los muchachos de 17 y 18 años entrenados para infiltrarse desde la Franja de Gaza en las poblaciones israelíes, gracias a su pintoresca irrupción en parapentes, barcas de goma y drones, han saltado por los aires los acuerdos de paz entre Arabia Saudí e Israel. La guerra está garantizada.

En Nitzanim la huerta no dará fruto y las edificaciones serán cenizas. Uno de los hijos de Iafi está preso en uno de los kibutz tomados por los terroristas. Uno de sus sobrinos se encuentra entre los rehenes desaparecidos. Pero no hay ni rastro de odio en el corazón de esta mujer de 63 años: «Esto lo derrumba todo. Están atacando los fundamentos de la paz». Y llora. Hay un misterioso nexo entre los halcones de Hamás, empeñados en ganarle el protagonismo al gobierno palestino de Al Fatah, y los sillones de Jerusalén, donde los ultra ortodoxos han de hacerse perdonar con la guerra más cruel su estúpida ceguera.