Al portador

Soledad y libertad de un Rey emérito

«Nada impide que don Juan Carlos resida en España, pero debería cumplir con todas sus obligaciones, incluido el fisco»

Henry-Frédéric Amiel (1821-1881) fue un profesor, filósofo y poeta suizo, famoso por su «Diario íntimo», un mamotreto de 17.000 páginas escrito entre 1839 y 1881, publicado póstumamente en dos tomos de quinientas páginas. Empezó a escribirlo «por la eterna desproporción entre la vida soñada y la vida real» y el resto de obra tuvo mucha influencia en autores como Tolstoi (1828-1910). Amiel pensaba que «siempre estaremos solos para las cosas capitales de la vida y nuestra verdadera historia nunca ha sido descifrada por los demás», algo que quizá comparta, desde su soledad histórica y su libertad, el rey Juan Carlos, que ayer llegó a Sangenjo, previo paso por Londres, desde Abu Dabi, su lugar de residencia elegido por él mismo.

El rey emérito, al que no le gusta ese apelativo según sus voceros oficiosos, ha sido desde su infancia –apartado de su familia en Estoril y enviado a estudiar a España bajo la tutela franquista– un personaje que ha tenido que lidiar con su soledad, a veces impuesta y otras autoelegida. Trajo la libertad y con ella la prosperidad a este país y, por eso, fue un gran rey, que también cometió errores personales notables. Vive en Abu Dabi por decisión personal, en la cercanía de algún personaje confuso como El Assir, pero nada ni nadie le impide volver a instalarse en España si lo desea. Eso sí, debería organizarse, buscar un lugar de residencia, que tendría que costearse y, por supuesto, también cumplir, como cualquier ciudadano, con sus obligaciones incluido el fisco, algo de lo que está exento en su retiro de los Emiratos, en esa soledad particular suya que, tras toda una vida, quizá le resulte más confortable que el escrutinio de sus actividades. No es probable que vuelva a residir en España, aunque pretende regresar con alguna frecuencia. Todo dependerá de cómo sea su estancia estos días en Sangenjo. Si es discreta, tendrá más fácil volver de vez en cuando, hasta que un día –si es posible– deje de ser noticia; si no lo es, todo se complicará. Fue acaso el mejor rey, que le ha dado –le da– quebraderos de cabeza a su hijo, aunque todavía podría serle de gran ayuda. Sólo depende de él, desde su soledad histórica y su libertad, porque quizá sea cierto que «lo que gobierna a los hombres es el miedo a la verdad», como escribió Amiel.