Apuntes

Y tampoco nos queda Portugal

Escudarse en el cambio climático es tomar por tontos a los ciudadanos

Hace ya casi dos décadas que compramos un apartamento en la costa atlántica portuguesa, al borde del mar y lindando con el Pinar de Leiria, que formaba parte de los bosques del Estado luso y fue cuna de la organización naval que llevó a nuestros vecinos a recorrer los siete mares. Hablo en pasado porque en octubre de 2017 vimos como el fuego devoraba en apenas 12 horas lo que había conformado un paisaje de siglos, convirtiendo en un descampado de arena y matojos 11.000 hectáreas de árboles. El incendio comenzó a mediodía de un domingo, con viento cálido de sur y tenía, al menos, tres focos. Unos años antes, el jefe de gobierno socialista José Sócrates había decidido, entre las medidas de ajuste por la crisis del 2008, refundir la guardería propia del Pinar de Leiria con los cuerpos de bomberos voluntarios de la zona y se especuló con la acción vengativa de alguno de los afectados, pero sin ninguna prueba ni siquiera indicio de que tal acusación tuviera fundamento. Entonces, todavía el cambio climático no era el comodín refugio de incompetencias y desidias varias, y los gobernantes se buscaban excusas allí donde hubiera que rascar. Lo cierto es que el bosque estaba descuidado, entre otras razones, porque los vecinos teníamos prohibido bajo fuertes sanciones recoger cualquier tipo de leña o de piñas para las barbacoas, que tener una parrilla en casa es una condición nacional y casi un deber de todo portugués que se precie. Lo mismo que en el incendio de Pedrogao unos meses antes, que causó la muerte de 66 personas, abrasadas en sus coches cuando trataban de escapar de las llamas, el bosque, mezcla de pinos y eucaliptos, estaba lleno de matorrales secos y leña caída. Una bomba de relojería, vamos. Nada más tonto que países con una orografía y una climatología tan alejadas del modelo territorial de centro Europa o de los bálticos, con una foresta mediterránea y pirófita, hagan seguidismo de unas recetas ecologistas que poco tienen que ver con nuestra realidad. No sólo nos llueve menos, sino que la densidad de población en los entornos rurales no ha dejado de caer en las últimas tres décadas, dejando campos y bosques al albur de la naturaleza. Si, además, a los pocos habitantes que quedan viviendo de la agricultura y la ganadería se les carga con unas legislaciones que parecen pensadas por unos urbanitas a los que sus padres atiborraron de niños y adolescentes de películas de Disney tenemos todos los ingredientes para que se repitan las tragedias humanas y medioambientales de este verano. Hay más cosas, como la reducción de las inversiones en prevención de incendios o en la adquisición y mantenimiento de los medios necesarios, con unas comunidades autónomas infra financiadas por un gobierno que ha conseguido extraer a empresas y trabajadores la mayor recaudación fiscal de la historia, que explican mejor las causas de este horror. De ahí, que lo del cambio climático suene a tomadura de pelo de malos gestores y se convierta en una burla directa a los ciudadanos cuando se anuncia la creación de comisiones interministeriales que ya estaban creadas y publicadas en el BOE hace siete años y que han resultado perfectamente inútiles. Lástima que nuestra exministra Teresa Ribera se largara a vivir la vida en Bruselas sin darnos algunas explicaciones.