El bisturí
Los tics totalitarios de Pedro Sánchez
Sánchez ha tratado también de hacer un uso torticero de instituciones y organismos públicos para conseguir sus fines
Aunque trata de hacer ver que es un adalid de la democracia capaz de plantar cara a las hordas «neoliberales» del PP y a los «fascistas ultraderechistas» de Vox, lo cierto y verdad es que Pedro Sánchez ha dado muestras más que sobradas durante su etapa como presidente del Gobierno y secretario general del PSOE de una tendencia al totalitarismo que se acrecienta además en los momentos especialmente críticos. Salvo las referencias a supuestos enemigos foráneos para justificar la errática marcha del país, algo que todavía no se ha producido, el líder de la mal llamada izquierda española bien podría pasar por cualquier preboste populista de Latinoamérica por sus tics cesaristas y hasta autocráticos.
Uno de los últimos ejemplos de esta suerte de rebelión en la granja en la que está convirtiendo el socialismo y trata de transformar el país se ha producido durante la elaboración de las listas al Congreso de los Diputados y al Senado. El mensaje es claro: aquel que ya no le sirve al aparato o, simplemente, se ha mostrado díscolo con él, será eliminado del mismo y convenientemente silenciado. Esta especie de purga estalinista dirigida a amansar a los barones críticos con la deriva del partido y del propio Ejecutivo, así como con el fracaso electoral de las pasadas elecciones autonómicas y municipales, se ha producido después de que Sánchez moldeara a su antojo los órganos de dirección del PSOE para ponerlos a su servicio personal y desactivar de paso todos los contrapesos orgánicos y las voces discordantes. El socialismo español empieza a parecerse en este particular apartado a la campiña en la que se desarrolla la obra del genial George Orwell, la Cuba castrista o la Rusia estalinista, aunque en una versión edulcorada con un barniz demócrata.
Antes de sofocar este conato de motín el líder del PSOE ha hecho gala de otras herramientas de control político, judicial y social de las que han hecho gala los totalitaristas de todos los tiempos. A mi juicio, una de las más sangrantes fue el uso torticero de los estados de alarma decretados durante la pandemia de Covid-19 para recortar libertades, apagar protestas y arremeter contra los rivales de otro signo político. Fue de esta forma como, sin razones epidemiológicas que le avalaran, Sánchez y sus acompañantes mantuvieron encerrados en sus domicilios a los madrileños más tiempo que al resto de los ciudadanos españoles, inventándose para ellos criterios sanitarios arbitrarios y peregrinos. El objetivo era tratar de acorralar a Isabel Díaz Ayuso, y así lo hizo, pero el tiro les salió por la culata, como se ha visto en los pasados comicios. Sánchez ha tratado también de hacer un uso torticero de instituciones y organismos públicos para conseguir sus fines. Desde esta perspectiva se explican la actuación sesgada de la Fiscalía frente a leyes como la del «sólo sí es sí» o los sondeos pecaminosos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de José Félix Tezanos, quien como experimentado hombre de partido se pliega dócil ante los deseos del líder, aunque colisionen con la realidad, como quedó claro el 28 de mayo. Sánchez usa además el Gobierno como gran órgano de propaganda, otro de sus tics autocráticos, como hacía el gran hermano en 1984, también de Orwell. No hay más que recordar lemas de la pandemia como «este virus lo paramos todos», «no dejaremos a nadie atrás», «España puede», «salimos más fuertes», o el actual de «gobernamos contigo» que aparece en los comunicados oficiales para cerciorarse de ello.
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