Tribuna
Todo lo que encuentras odioso de la ideología de género
Lamentablemente, se pasó de pedir justicia a ser tremendamente injustos, y de exigir igualdad a reclamar los más descarnados privilegios
Si el feminismo es un movimiento que, como dice la RAE, postula el «principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre», la llamada «ideología de género» llegó inexorablemente para enterrarlo. Lo que ha conseguido es apartarlo de la razón y de la ciencia para iniciar una carrera desbocada hacia el delirio. Hemos sido testigos en las últimas décadas de la deriva irracional del feminismo con graves y tristes consecuencias: la demonización del hombre o la lamentable erosión del papel del padre. En eso le acompañó el movimiento LGB en cuanto aceptó una T y una Q sin un criterio sólido que las avalase, perdiendo todo anclaje en la naturaleza humana. Olvidando qué es el sexo, su razón de ser y lo que nos caracteriza y distingue a hombres y mujeres. La trampa sin sentido, biológico o genético, de la idea de género dinamitó la comprensión racional del sexo.
El feminismo ahora hegemónico se lanzó a una brutal generalización negativa sobre la mitad masculina de la población. «Masculinidad tóxica» se convirtió en un concepto de éxito arrollador y las relaciones entre los sexos se volvieron definitivamente angustiosas. El peso de este artefacto feminista andrófobo es abrumador, y la fuerza que ha tomado en estos últimos 50 años un auténtico atropello. La situación de los hombres es totalmente inaceptable. Los chicos de hoy absorben la idea de que sólo por ser hombres ya son cuestionables. Se les disuade de que expresan aquellos rasgos que se consideran excesos propios de su sexo. Por ser chico, eres malo y peligroso; intenta no ser tan chico. Y todo ello cuando sabemos que los niños varones tienen hoy en día peor desempeño en la escuela o consiguen con más dificultad una licenciatura. Las consecuencias perversas las estamos viviendo cada día y necesitamos un discurso más humano que se interese por los problemas de ambos sexos.
Por lo que respecta a la ideología trans, el sexo es biológico y binario, no un espectro, y no es un concepto intercambiable por género. Es abusivo intentar reorganizar el mundo reduciendo lo «normativo» (millones de años de sexo binario) a poco menos que una anécdota. Pero el auténtico drama es lo que esta nueva epidemia social puede hacer con los más frágiles, que son las auténticas víctimas que deja por el camino. La creencia en la «identidad de género» se utiliza como base para la transición médica de miles de niños y adolescentes. Hoy en día, los profesionales médicos o de salud mental pueden sugerir a un paciente joven y vulnerable que él o ella es trans, y los tratamientos hormonales y quirúrgicos pueden convertir a un niño sano en un paciente de por vida. Es una auténtica canallada.
¿Cómo hemos llegado a esto? Cuando las feministas de los años sesenta y setenta del siglo pasado luchaban contra unas costumbres y unas instituciones obsoletas que aún existen en muchos lugares del mundo, se ganaron un respeto moral importante. Lo mismo sucedió con la defensa de los derechos de los homosexuales. Pero esas credenciales frenaron cualquier crítica que fuera surgiendo, y ahora nos encontramos en una deriva de victimización con rasgos de enajenación. Esto tiene a mucha gente acobardada. No es de extrañar. Muchos activistas y militantes utilizan amenazas y hasta formas de violencia contra unos «fascistas» que muchas veces sólo denuncian la injusticia de la eliminación de la presunción de inocencia para los hombres o que tratan de defender del adoctrinamiento a unos niños confundidos. Inspiran pánico en los adultos, en los propios padres, en los endocrinólogos o en los psicólogos, y consiguen callar a muchos políticos.
En ambos escenarios, los argumentos basados en la razón y la evidencia son demonizados como inmorales. Pero es urgente recuperar un discurso que incorpore la naturaleza humana y el conocimiento indispensable que han aportado la biología y las ciencias evolutivas a su comprensión. Necesitamos una visión política que esté basada en la ciencia y no en el rodillo ideológico. Incluso el llamado feminismo clásico es retrógrado y acientífico, incapaz de aceptar que todo aquello que denuncian, desde la «brecha salarial» a la feminización del cuidado de los hijos, guarda más relación con las constricciones de la naturaleza de hombres y mujeres que con la malevolencia de unos «señoros» que odian a sus madres, mujeres o hijas.
A quienes protestan por lo que está sucediendo se les niega el derecho a discutir, a analizar, a debatir. Muchos políticos, opinadores o activistas entresacan de la información sólo lo que confirma sus prejuicios. Se entregan a aseveraciones vagas, contradictorias, exageradas e infalsables. Lamentablemente, se pasó de pedir justicia a ser tremendamente injustos, y de exigir igualdad a reclamar los más descarnados privilegios. Definitivamente, la ideología siempre es una venda en los ojos, y la de «género» es de las peores.
Teresa Giménez Bartates autora de «Contra el feminismo. Todo lo que encuentras odioso de la ideología de género y no te atreves a decir».
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