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Si Vox está con Trump no puede estar en la línea de soluciones frente a su política

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IlustraciónPlatónLa Razón

Le parece a Daniel que alguien debería explicarle al presidente del Partido Popular que la toxicidad de Vox puede alcanzarle aunque crea que está a salvo. Es comprensible su prudencia con la delegación de Trump en España porque tiene delante a un Partido Socialista que jamás alcanzará la amplitud de miras de la izquierda alemana y tendrá que arrojarse en los brazos de Abascal si aspira a gobernar algún día. Sabido es que lo de la gran coalición, tan útil, tan eficaz, tan responsable y patriótico, es aquí una ensoñación tan imposible como la independencia de Cataluña, o la incorporación de García-Page a la dirección de su partido. Pero así y todo, esa misma prudencia, acompañada de una mirada a medio o largo plazo, debería invitarle a pensar alguna estrategia que le permita ir distanciándose del lastre de esa extrema derecha tan pequeña y tan paleta. Y nada de eso contempla Daniel a estas alturas en el horizonte. Ya antes de que los compañeros de viaje de Abascal se entregaran en cuerpo y alma al trumpismo reinante, la mayoría de los países europeos maquinaban planes para impedir que las derechas extremas y antieuropeas alcanzaran el poder. Ahora, con el reposicionamiento de los Estados Unidos de Trump en contra de Europa y a favor de Putin y sus bravatas de aranceles y otros castigos al continente, el esfuerzo de aislamiento de estos partidos es una obligación de supervivencia.

No sale Daniel de su asombro ante la extrañeza de Feijóo por la decisión de Sánchez de no llamar a Vox para poner en común ideas y propuestas ante el nuevo tiempo que se abre con la ruptura del eje por parte de Trump. Dice el líder de la oposición que no entiende ese «apartheid». Aparte de lo inadecuado de la expresión (el apartheid fue una práctica que desplegaron en Suráfrica políticos de incuestionable cercanía a las ideas racistas y supremacistas de Vox), le parece a Daniel que hablar con esa gente sobre un problema creado por alguien a quien ellos ya han señalado como su líder mundial sería un auténtico despropósito: meter a la zorra a discurrir cómo vamos a proteger a las gallinas.

Está Daniel a la espera de las explicaciones que vaya a dar Abascal a sus votantes españoles sobre los beneficios del nuevo orden mundial que nos pone en manos de un país regido por un antiguo represor comunista o a merced de la economía de otro como China, comunista también, pero con una más que demostrada soltura para mover su comercio con las reglas del mercado capitalista. O qué argumentos utilizará para convencer a los agricultores de su España de que las pérdidas que va a ocasionar la política comercial de Trump son buenas para su bolsillo y su país.

Se puede sostener, como hace Feijóo, que Sánchez no debería prescindir en sus consultas de la tercera fuera política española. Y puede hasta ser cierto. Pero estima Daniel que esa posición de preeminente representatividad no es sinónimo de solvencia política o democrática. Que, de hecho, Vox carece de ambas, y su alineamiento trumpista hace perfectamente inviable, por estéril, cualquier conversación. Si hay algo que en este tiempo y en Europa no cabe es andar mareando perdices o representando sainetes. Si Vox está con Trump no puede estar en la línea de soluciones frente a su política.

Las encuestas siguen brindando cifras de crecimiento de Vox, pero Daniel está seguro que de mantenerse en la perruna lealtad trumpista esa tendencia podría cambiar. Más aún si entre sectores propicios al voto a Abascal empiezan a sentirse las consecuencias del proteccionismo salvaje del rey del mundo.

Mantiene aún Daniel la esperanza de que este descuadre de la siempre firme escuadra del brazo en alto (para los escocidos, simplemente recordar que eso de levantar la mano a la romana es un tic que últimamente cultivan los trumpistas allá en los USA) le sirva a Feijóo para ordenar de una vez esa estrategia que le aparte de Vox y arrebate al adversario el argumento de que el voto al PP en el gobierno es la puerta a la llegada de los trumpistas. ¿Que le resultará más difícil? Claro que sí. Pero será también un paso adelante en la definición de este partido que tan necesitado parece en este momento de mostrarse orientado, preciso y coherente.

En la izquierda del PSOE no hay sino vocerío y desconcierto. Tanto como para que tenga que desgastarse el Gobierno pactando con la derecha supremacista y racista de Cataluña nada menos que la política de emigración.

Vienen tiempos difíciles. Puede que más duros y dolorosos de lo que ahora podemos imaginar. Que un partido con ambición y posibilidades de gobierno no sea aún capaz de quitarse de encima la peligrosa caspa de los que hoy se creen amos del mundo y pueden llevarnos al desastre, dice muy poco de ese partido y no resulta precisamente tranquilizador.