Antonio Cañizares
Cuaresma 2018
Con la imposición de la Ceniza, este miércoles, comenzamos los católicos el tiempo de Cuaresma. Todos los años el Papa nos dirige un mensaje. El de este año, se abre con las palabras del Evangelio de San Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12). La celebración de la Cuaresma, camino de preparación para la gran celebración de la Pascua, en la que queda abierta nuestra gran esperanza, es tiempo de conversión y reconciliación, «que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida». En efecto, el tiempo cuaresmal representa, de alguna manera, el punto culminante del camino de conversión y reconciliación que, como gracia, se propone constante a todos los creyentes para renovar la propia adhesión a Cristo y anunciar, con renovado ardor, su misterio de salvación en un mundo en el que se apaga la fe y se debilita inexorablemente de esa pérdida de fe, como consecuencia, la caridad, y «crece la maldad». La Cuaresma ayuda a los cristianos a penetrar con mayor profundidad en este «Misterio escondido desde siglos» (Ef 3,9); los lleva a confrontarse con la Palabra del Dios vivo y les pide renunciar al propio egoísmo para acoger la acción salvífica del Espíritu Santo, abriéndose a la gracia divina. El Papa nos trae a nuestra consideración aquellas palabras de Jesús citadas antes, en su discurso sobre el final de los tiempos ambientado en el Monte de los Olivos, donde dará comienzo su pasión. Jesús, recuerda el Papa, «anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a los acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es centro de todo el Evangelio». Esos falsos profetas los tenemos entre nosotros en nuestro tiempo, son «como encantadores de serpientes, o sea, que se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas donde ellos quieren». El Papa, con el realismo y la concreción que le caracteriza, nos dibuja esos falsos profetas que nos reflejan el tiempo en que vivimos: ¿quién no podrá identificar ahí lo que nos sucede y marca? En efecto, dice: «cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad» (PP Francisco). Y sigue diciendo: «Otros falsos profetas son esos ‘charlatanes’ que ofrecen soluciones sencillas inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles, cuántos son los jóvenes a los que se les ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de ‘usar y tirar’, de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en las que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Es el engaño de la vanidad, que nos hace caer en el ridículo que no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio que es ‘mentiroso y padre de la mentira’ (Jn 8, 44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre». Todo esto, que describe con tanta precisión y penetración el Papa, es lo que nos está pasando en nuestros días. Nos dejamos embaucar, se nos enfría la caridad y el amor, y nos aparta de Dios que trae graves consecuencias que se manifiesta en ese mundo de violencias, en esa «tierra envenenada a causa de los deshechos arrojados por negligencia e interés» (PP Francisco). ¿Qué hacer ante todo esto en lo que estamos inmersos?, ¿qué hacer en esta Cuaresma? Sin duda, lo primero y principal: volver a Dios, convertirnos a Él. El hombre frecuentemente, como ahora en la descripción del Papa, anda errante, fuera de camino, por sendas perdidas. Pero llega un momento en que se vuelve con todo su ser a Dios que lo llama y desanda sus sendas extraviadas. La conocida parábola de Jesús «el Hijo Pródigo» (Lc. 15,11-33) describe así esta vuelta. Volver al hogar del Padre, después de haber vagado por tierras lejanas y extrañas a la intemperie, eso es la conversión. Para este camino cuaresmal y en orden a favorecer la conversión, la iglesia tradicionalmente nos ofrece un remedio, que el Papa hace suyo y nos lo recuerda apremiada y bellamente: es la oración, limosna y ayuno, que deberían acompañarnos esta cuaresma.
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