Ministerio de Justicia

Cumplimiento del deber

Mañana, cuando en muchos acuartelamientos se canten las estrofas que compuso el sacerdote vasco Cesáreo Garabaín y que rescató un regimiento histórico como el «América», hoy ubicado en Pamplona, pensemos en dos fiscales –«cuando la pena nos alcanza por un compañero caído»– que, cumpliendo con su deber, también «alcanzaron la luz»

La Razón
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Lo recoge el primer artículo de las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas: «Tienen por objeto preferente exigir y fomentar el exacto cumplimiento del deber inspirado en el amor a la Patria y el honor, disciplina y valor». Más adelante señalará (Artº 79): «La responsabilidad no es renunciable ni compartible».

A caballo de dos conmemoraciones –Constitución e Inmaculada– que muchos españoles convierten en días festivos, debo referirme en sereno homenaje a dos Fiscales, muertos, en mi opinión, en cumplimiento de su deber: José Manuel Maza y José María Romero de Tejada. En ellos se dan los supuestos de nuestras Ordenanzas: exigir el cumplimiento del deber; responsabilidad no renunciable ni compartible, indiscutible valor.

Releo con calma los autos referidos a los conatos de rebelión de una parte de la ciudadanía catalana. Sin ser experto, constato una indiscutible talla jurídica tanto expositiva como resolutiva, con amplios análisis a otras sentencias, especialmente de los Tribunales Constitucional y Supremo.

No se escriben ciento catorce folios sin una base jurídica excepcional y aunque se cuente con lógicos apoyos, la responsabilidad final es de quien firma. Y doy por seguro que quien lo hace –sea juez, sea fiscal– dedica horas y más horas del día y de la noche a recomponer sus ideas, a abstraerse de presiones, a sopesar consecuencias, a prever recursos, a someterse a propia opinión de otros profesionales, asociaciones o compañeros de Sala.

Y esto, en una persona honrada, con amplísima formación, que ha dedicado su vida tanto profesional como privada a la Justicia, deja huella: «Quema», diría en lenguaje coloquial. Esta no se da en advenedizos a la política, en mediocres que ni siquiera han sido capaces de obtener un título universitario. Decía recientemente Gabriel Albiac que el problema de Cataluña no era ni de ineptos ni de cobardes, sino solo de ignorantes.

Las biografías de nuestros dos fiscales son excepcionales. De José Manuel Maza hemos conocido recientemente sus esfuerzos por obtener a sus 62 años el doctorado con una tesis sobre «Delincuencia electoral y responsabilidad penal de los partidos», que le dirigió Carlos Gomez-Jara un joven profesor de Derecho Penal, que destaca su enorme bagaje intelectual y su entrañable humildad. «Yo aprendía más que él», reconoce con honestidad.

De Romero de Tejada, fiscal de larga trayectoria, podríamos contar algo parecido. «Hombre de orden y estilo; comedido serio y riguroso; jamás se permitía una incorrección ni jurídica ni semántica; en pocas palabras resumía los hechos, algo tan importante para quien debe explicar qué ha ocurrido, porque la Justicia penal está pensada para solucionar conflictos, pero ante todo para averiguar la verdad. José María fue amante de la verdad en todas sus dimensiones», dirá de él, Álvaro Redondo, fiscal del Supremo.

José Manuel Maza, fiscal general del Estado y José María Romero de Tejada, fiscal general de Cataluña, nos dejaron por sorpresa en el plazo de una semana, uno en tierras hermanas de Argentina, otro en Barcelona. No sabíamos demasiado sobre sus dolencias porque desde siempre habían decidido dar un sesgo serio a su importante profesión y no buscar en el fatuo estrellato su reconocimiento. Otros, sin sus mismos bagajes jurídicos, no encuentran otra salida que los siempre atentos medios dedicados al escándalo o a la divergencia, o a las subjetivas y comerciales «memorias», más dirigidas a una sociedad lanar que a verdaderos estudiosos de la Justicia. Añadir a estas dolencias la presión de meses, semanas, días intensos, les llevó, en mi opinión, a la muerte, lo que considero un claro «acto de servicio» que merece todo nuestro respeto y reconocimiento.

Mientras escribo, pienso en los cientos de soldados y marineros que lejos de España vivirán mañana viernes la fiesta de la Inmaculada, patrona del Arma de Infantería y de varios Cuerpos Comunes: en Besmayah, en Marjayoun, en Djibouti, en Adazi, en las costas de Libia, en los cielos de África o del norte de Europa, tenemos a muchos españoles haciendo de su misión un acto de servicio. También con largas noches de incertidumbre y espera; también con carencias; también viviendo climas hostiles. En resumen, asumiendo riesgos –quizás diferentes– pero, al final, mismos riesgos. Les puede extrañar que un viejo soldado escriba sobre otros servidores públicos como los fiscales. Es que también quiero pasar a nuestras gentes de armas el mensaje de que otros muchos españoles trabajan para su sociedad en áreas que no son estrictamente las de la defensa y seguridad. Y que contribuyen también a que nuestra sociedad viva segura y en paz social.

Mañana, cuando en muchos acuartelamientos se canten las estrofas que compuso el sacerdote vasco Cesáreo Garabaín y que rescató un regimiento histórico como el «América» hoy ubicado en Pamplona, pensemos en dos fiscales –«cuando la pena nos alcanza por un compañero caído»– que, cumpliendo con su deber, también «alcanzaron la luz».