Medidas económicas

El terremoto proteccionista

La Razón
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En apariencia, Donald Trump no representa ninguna amenaza directa para la economía española: por un lado, no somos uno de los países a los que haya apuntado con su dedo acusador –en este sentido, mucho mayor motivo de preocupación han de tener México o China–; por otro, aun cuando tratara de penalizar el acceso de las exportaciones españolas al mercado estadounidense, nuestra dependencia económica de Estados Unidos resulta más bien marginal, de modo que el daño máximo que podría causarnos se halla bastante acotado.

Sin embargo, los riesgos del incipiente proteccionismo del magnate republicano van mucho más allá de las medidas que directamente pueda adoptar contra España. Y es que las repercusiones de su revigorizado mercantilismo podrían dañarnos por dos vías: la primera, mediante un encadenado cierre de los mercados exteriores con epicentro en EE UU; la segunda, a través de la rehabilitación política del discurso nacionalista y proteccionista.

En cuanto al primer riesgo, se trataría de una reedición de los hechos acaecidos durante la Gran Depresión del período de entreguerras. En 1930, el Congreso estadounidense aprobó uno de los mayores aranceles exteriores de la historia del país: el arancel Smoot-Hawley. Esta política dañó muy severamente al principal socio comercial de EE UU –Canadá– que inmediatamente respondió elevando sus propios aranceles; al poco tiempo, y ya en el ámbito europeo, Francia, Reino Unido y Alemania también respondieron cerrando sus propias fronteras. Llegados a ese punto, todo el comercio internacional había quedado ya desintegrado incluso para aquellos que no eran socios directos de EEUU. Pero, ¿por qué razón los aranceles de unos países inducen al resto a imponer los suyos propios?

La única razón no cabe buscarla en la adopción de represalias comerciales –«si tú me castigas a mí, yo te castigo a ti»–, sino también en un intento de ayudar a las compañías nacionales que se han visto penalizadas por los aranceles extranjeros. Y es que si un gobierno foráneo cierra su mercado a las empresas nacionales, es muy probable que el gobierno nacional decida cerrar su propio mercado para que las compañías exportadoras puedan reubicar parte de sus ventas en el interior del país. Por ejemplo, si una empresa española vende televisores a Francia y el Ejecutivo francés la bloquea, el Gobierno español tendrá tentaciones de impedir que empresas extranjeras vendan en España para que los consumidores nacionales estén dispuestos a comprar los televisores que ya no podemos exportar a Francia.

Desde esta perspectiva, si EE UU impone aranceles a México o a China, existirá el riesgo cierto de que, a su vez, México y China impongan aranceles sobre terceros países para dar oxígeno interno a aquellas de sus compañías exportadoras que se vean desplazadas de EE UU. Pero, al hacerlo, penalizarán a terceros países que también podrían querer «protegerse» mediante nuevos aranceles. La oleada mercantilista bien podría terminar golpeándonos como fichas de dominó que van cayendo una tras otra.

Pero, además, existe un segundo motivo por el cual resulta preocupante el auge proteccionista de Donald Trump: aun cuando sus medidas económicas no nos afectaren ni directa ni indirectamente, el republicano sí está contribuyendo a difundir el virus mercantilista por todo el planeta. Cuando EE UU adopta una determinada política, muchos se animan a copiarle. Desde esta óptica, los errores nacionalistas de Trump podrían ser importados a Europa: sin ir más lejos, el Frente Nacional de Marine Le Pen ya ha reclamado un rearme proteccionista de su país frente a la competencia –a su juicio– desleal que ejercen países como España. Y ese golpe sí nos impactaría de lleno por cuanto Francia es el principal destino de nuestras exportaciones.

En suma, aunque la guerra comercial directa entre EE UU y México pueda no ser, de momento, demasiado relevante para España, no deberíamos despreocuparnos de la posible transición hacia un mundo mucho más desglobalizado. Semejante terremoto sí terminaría por perjudicarnos.

El empleo avanza en 2016

La creación de nuevos puestos de trabajo sigue dando alegrías a la economía española. Según conocimos el pasado jueves, durante el año 2016 se crearon 414.000 nuevos empleos, colocando el volumen total de ocupados en 18,5 millones, el más elevado desde 2010. No obstante, los números son mejores de lo que parecen: si nos limitamos a contabilizar los empleos existentes en el sector privado, éstos alcanzan la cifra de 15,5 millones, su nivel más elevado desde 2009. En apenas tres años, nuestras empresas han generado 1,3 millones de nuevos puestos de trabajo de los 3,5 millones que fueron erradicados durante la crisis. Pese a los buenos datos, empero, no habría que caer en la complacencia. Primero porque, para recuperar nuestro nivel de ocupación precrisis, todavía hemos de crear 2,2 millones de nuevos puestos de trabajo –para lo cual tardaríamos otros seis años a los ritmos actuales–; segundo, porque el ritmo de creación de empleo se desaceleró ligeramente en 2016. Deberíamos profundizar en la liberalización laboral para acelerar el ritmo de incorporación de nuevos trabajadores.

Presupuestos en abril

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha anunciado su intención de aprobar los presupuestos del año en curso a lo largo del mes de abril. Tras varios meses de parálisis política ante las dificultades para formar Ejecutivo, la elaboración de las cuentas del Reino ha ido retrasándose hasta el punto de tener que prorrogar provisionalmente los presupuestos de 2016. Ahora, y ya con el gobierno en marcha, resta acaso lo más complicado: consensuarlos en el Congreso con suficientes partidos de la oposición. En este sentido, sin embargo, habría que recordar que resulta preferible continuar con los presupuestos prorrogados de 2016 antes que aprobar unos nuevos malos presupuestos que disparen el gasto público: si para llegar a un acuerdo hay que inflar los desembolsos del Estado, mejor no llegar a ningún acuerdo. El déficit público sigue en unos niveles demasiado elevados y no es momento de regresar a la irresponsable prodigalidad presupuestaria con la que año tras año se han venido elaborando las cuentas del Estado desde hace décadas.

El Bundesbank, contra el BCE

El presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, ha vuelto a cargar por enésima vez contra la política monetaria expansiva que desde hace casi dos años está implementando el Banco Central Europeo. Según el alemán, los bancos centrales no deberían convertirse en impresoras al servicio de los gobiernos, de manera que, a su entender, resultará imprescindible retirar los estímulos monetarios toda vez que el crecimiento económico de la Eurozona se estabilice y los precios vuelvan a repuntar. En otras palabras, no deberíamos descartar la posibilidad de que las políticas de estímulo monetario estén tocando a su fin. Si ése fuera el caso, España debería acelerar la conclusión del saneamiento de su posición financiera. Ahora mismo continuamos financiándonos a bajos tipos de interés porque contamos con el auxilio del BCE: pero cuando baje la marea del crédito barato, aquellos gobiernos que no hayan hecho los deberes aparecerán como irresponsables ante los inversores. Por desgracia, seguimos siendo uno de los países de la Eurozona con un déficit público más elevado. No deberíamos jugar con fuego.