Francisco Nieva

El viaje sentimental

Yo buscaba pasar unos días de calma reflexiva en el misterio de un antiguo y novelesco hotel y me encuentro con este charivari inefable, este hervidero anecdótico teñido de vulgaridad

La Razón
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Así se titula un libro de Laurence Sterne, originalísimo y brillante a más no poder. El protagonista no va más allá de una cochera y un coche parado, en el que se entrevista con otros pasajeros adventicios y, luego, regresa tan fresco a su país. Y eso es todo. Un texto admirable, un hallazgo insólito. También yo podría llamar así a mi estancia de una semana en un gran hotel de la costa bretona, en pleno invierno. Todo, por causa de una conversación con un amigo parisién, muy mundano y muy elegante, además de instruido, Michel Bernard.

– «No sabes qué delicia es pasar unos días en un gran hotel en Perros-Guirec, frente a ese mar del Norte. Yo me hice amigo del primer mayordomo del establecimiento, muy proustiano y muy belle-époque, monsieur Luca Montana, que conoce a todo el mundo; el gran mundo podemos decir, a grandes coleccionistas y galeristas. Te convendría tratarlo y yo puedo darte una carta de recomendación. Luca Montana nació por casualidad en Almería y por eso habla español, además de inglés y alemán y no poco de árabe. Es muy divertido y muy servicial. Ganó en concurso la conservación del establecimiento, y goza de un apartamento privado, muy bonito y muy confortable, con una mesa de teléfonos que lo comunican con los diferentes servicios. Allí me invitó a apurar una botella de Chablis y unos hojaldres con caviar. Un tipo estupendo, créeme. Regálate con unos días en ese gran hotel de la costa, en temporada baja. Es una experiencia exquisita para un intelectual como tú».

No tardé en convencer a mi mujer y dedicamos una buena suma de francos para ofrecernos esa exquisitez, según Michel Bernard. Nunca le agradecí bastante aquella carta de recomendación. Monsieur Montana fue para nosotros un gran anfitrión.

–«Sean ustedes muy bienvenidos a estos lugares, de los que se dice que son el orinal de Francia porque no para de llover. Pero tenemos algunos huéspedes de marca, como la actriz Simone Simon, que también gusta de pasar algún tiempo aquí para concentrarse y estudiar. Dice que nunca ha encontrado un sitio mejor. Además la acompaña el director de cine, monsieur René Clair, que también alquila una habitación por una noche y toma muy temprano el tren de París. Yo les atiendo lo mejor que puedo y se me han hecho muy amigos. Es un gran honor para mi establecimiento. A la ocasión, se los presentaré».

Pues, sí, fuimos presentados, y nuestra estancia en el gran hotel fue aquella delicia prevista por Bernard. En compañía de Luca, visitamos hasta la cámara frigorífica en la que colgaba todo un cerdo abierto en canal, recubierto de escarcha rosada. Encendió todas las lámparas del salón de baile, a la ocasión atravesada por un raudo gato negro. Paseábamos de noche por los desiertos pasillos con puertas a los lados.

Monsieur Luca decía que hasta había un fantasma en la suite real que cambiaba los muebles de sitio. –«Yo mismo lo he medido con una cinta métrica, y así es en verdad».

Yo preguntaba entre los empleados: –«En resumidas cuentas, ¿ha visto alguno de ustedes al fantasma?».

–«Lo habitual en los fantasmas es no aparecer. Pero todavía debe de andar por aquí el guasón que cambia los muebles de sitio».

–«Por ejemplo, tú, mon vieux», decía otro camarero con sorna.

El buen Luca confesaba que estaba harto de mandar. Siempre dictando y ordenando. En temporada baja, eran menos de la mitad del servicio y éste se ocupaba de lavar todas las moquetas con una espuma detergente y repintar de blanco las escayolas, para causar buena sensación ante los huéspedes de temporada. El hotel en invierno era como una afanosa colmena en la que se charlaba y cantaba. Tras nuestros paseos por la playa, deseábamos con urgencia volver. Paseábamos a todo lo largo de la dramática costa, hasta que una ballena en descomposición nos obligaba a tomar el camino de vuelta. ¡Qué contraste entre el interior y el exterior!

He aquí lo más sorprendente de la realidad. Yo buscaba pasar unos días de calma reflexiva en el misterio de un antiguo y novelesco hotel y me encuentro con este charivari inefable, este hervidero anecdótico teñido de vulgaridad. No obstante, conseguí fijar en un viejo cuaderno de dibujo algunas impresiones de la negra realidad del invierno en la costa bretona. No más. Aunque, al final, lo he perdido, no sé cómo, y lamento su pérdida como una dentellada en la memoria y una merma de conciencia. Exiguo material de lo que yo considero mi particular viaje sentimental.